Amara Terra Mia
«La relación que mantenía Montepuccio con los Scorta era una mezcla inseparable de desdén, orgullo y miedo. Habitualmente, el pueblo actuaba como si Carmela, Domenico y Giuseppe no existiesen. No eran más que tres muertos de hambre, hijos de un criminal. Pero si alguien intentaba tocarles un solo pelo o atentar contra la memoria de Rocco el Salvaje, una especie de instinto maternal se apoderaba del pueblo, que los defendía como una loba a sus lobeznos. «Los Scorta son unos truhanes, pero son de los nuestros», era lo que pensaba la mayoría de los montepuccianos. Y, además, habían estado en Nueva York. Eso les confería una especie de halo que los volvía intocables a los ojos de la mayor parte de sus paisanos.
La iglesia se quedó desierta en cuestión de días. Ya nadie iba a misa. Nadie saludaba a don Carlo por la calle. Le habían puesto un nuevo mote que equivalía a una sentencia de muerte: el Milanés. Montepuccio se sumió en un paganismo ancestral. A espaldas del cura se practicaba toda suerte de ceremonias. En las colinas se bailaba la tarantela. Los pescadores veneraban ídolos con cabeza de pez, mezcla de santos patrones y espíritus de las aguas. En invierno, en el fondo de las casas, las viejas hacían hablar a los muertos. En varias ocasiones se realizaron desencantamientos a retrasados a los que se creía poseídos por el Maligno. Delante de la puerta de determinadas casas aparecían animales muertos. La situación era insostenible.»
La canción Amara Terra Mia (Amarga tierra) fue cantada en 1973 por el mítico Domenico Modugno. Esta versión de Patrick Watson se acopla perfectamente al fragmento de la novela de Laurent Gaudé, El sol de los Scorta (2004). La historia transcurre en un tórrido verano en un pueblo del sur de Italia.