EL PERSONAJE
El personaje es un elemento narrativo muy peculiar, al punto que muchas veces no lo consideramos una pieza más del relato, sino como «alguien» independiente del mundo narrado y al que podríamos perfectamente pensar e imaginar fuera del contexto que le dio «vida». Para muchos lectores, Ulises, Hamlet, Don Quijote, Ana Karenina… son seres casi de carne y hueso, con una entidad propia, a los que reconocerían de inmediato si los vieran por la calle y que «sobrevivirían» muy bien fuera de las coordenadas y obras que serían para ellos simplemente el teatro o marco de su particular carácter o actividad. Según esta percepción, el personaje no solo se podría pensar aislado de los otros elementos narrativos, sino que gozaría de ventajas sobre ellos y en el fondo, los tendría a su servicio.
Pero si los lectores tienen una particular concepción y relación con el elemento narrativo «personaje», algunos escritores no les van a la zaga. Amores, odios, rebeliones, asesinatos… se han dado entre algunos escritores y sus criaturas. Conan Doyle despeñando por un acantilado a su ya odioso Sherlock Holmes; Flaubert diciendo de su más famosa creación: «Yo estoy muriéndome y esa puta de Madame Bovary vivirá para siempre»; Augusto Pérez en Niebla, rebelándose contra Unamuno y clamando: «Quiero vivir, vivir y ser yo, yo, yo…».
Si nos ponemos más científicos y menos rapsódicos, podríamos afirmar que el personaje no es más que un conjunto de informaciones y datos transmitidos por palabras. Pero entonces, ¿qué hace que de un montón de palabras surja «alguien» como de carne y hueso? ¿Qué tipo de alquimia lingüística provoca que unas líneas impresas nos hagan sentir a un personaje como si «palpitáramos bajo sus vestidos»? ¿Qué es y cómo se construye un personaje?
Conviene antes de nada aclarar la diferencia entre persona y personaje. La persona, el autor, es quien da a las teclas del ordenador o empuña el bolígrafo y crea un mundo imaginario a su personaje, el cual no conoce más vida que la literaria y se encuentra circunscrito al mundo que le inventamos, cuyos límites no puede traspasar.
Definamos personaje: el personaje es un ser de ficción personificado que actúa con intención. Vamos a analizar las partes de esta definición.
Que es un ser nos indica que el personaje existe, que está dotado de vida. Decir que son seres de ficción significa que su existencia es solo imaginaria y carente de realidad al margen de la fantasía para la que han sido creados. Además, que este ser de ficción esté personificado implica que se le presenta con cualidades humanas: ríe, da patadas, se esconde debajo de una cama, enferma… En general, todos esos seres de ficción están hechos a nuestra imagen y semejanza, ya estemos hablando de unos cerditos en una cabaña, de un maniquí olvidado en un desván, de zombis o muñecos de peluche…
Nos encontramos ahora con un verbo: en efecto, resulta que estos seres de ficción personificados actúan. Esto es fundamental. Nuestros personajes no están condenados a una existencia pasiva, ornamental, sino que se relacionan con otros personajes o con su entorno (robando una manzana, saltando desde un coche en marcha, matando…). Es esta capacidad de actuar de los personajes lo que permite que la narración avance.
La última parte de la definición es de suma importancia: los personajes actúan con una intención determinada. Si en el relato un niño lanza una piedra contra la ventana de una casa abandonada es porque tiene intención de romper el cristal. El niño es un personaje y tiene una voluntad y un objetivo.
Para caracterizar a los personajes, disponemos de una variedad de herramientas que iremos utilizando según nos convenga para el avance del relato. Los personajes se ven definidos por su físico, su carácter, su temperamento, sus carencias y necesidades, sus gustos, así como por su forma de vestir, sus palabras y sus acciones. Cada autor elegirá las más importantes para perfilar a su personaje en función de la historia que haya creado para él. Es decir, en muchos casos si tiene bigote o es rubio o lleva gafas nos da igual, es irrelevante. Hay que saber escoger, de todas las características posibles, aquellas útiles para el relato y a ser posible introducirlas en el momento oportuno (si el personaje va a tropezar y caer al suelo, describiremos esa acción haciendo alusión a su cojera).
Si nos circunscribimos al ámbito del microrrelato y del relato corto, entendemos que un exceso de información del personaje resulta superflua y por tanto lo mejor es omitirla. En definitiva, caracterizaremos a nuestro personaje solo con lo que sea importante para la historia y presentaremos esa información de forma gradual, para que se fije poco a poco en la memoria del lector a medida que la acción va requiriendo unos detalles u otros.
Otro dato importante al hablar de nuestro personaje es que estos han vivido, tienen un pasado, no han sido arrojados a la escena que les hemos creado así a lo tonto. Nosotros, como autores, debemos conocer a fondo esas circunstancias previas porque son cruciales para dotar de aplomo y coherencia al personaje. El pasado es parte de lo que somos y para que nuestros personajes resulten verosímiles, necesitamos relacionar su situación presente con algún acontecimiento relevante de su pasado, al margen de que ese nexo se muestre o no explícitamente en el relato.
Es decir: ¿Qué siente el personaje en la situación en la que le hemos enredado? ¿Por qué siente eso? La palabra clave es «relacionar». La primera respuesta nos informará de su estado anímico actual, mientras que la segunda le dará solidez y aportará credibilidad a sus acciones (aunque quizá solo afecte a la concepción del relato y permanezca latente sin llegar a escribirse).
Y por último, recordemos que el personaje debe tener un propósito definido que le impulsará por medio de sus acciones a alcanzar dicho objetivo. Cualquier acción que no vaya encaminada a la consecución de su deseo será una acción prescindible. Porque si el personaje no tiene clara una meta o unos resultados no le interesarán lo más mínimo y lógicamente al lector le sucederá lo mismo. La necesidad imperiosa de perseguir su objetivo, la proyección del personaje hacia el futuro, va a ser lo que energice al personaje, dinamice el texto con una catarata de acciones y contratiempos, y mantenga vivo el interés del lector.
Totalmente de acuerdo. Perfecto, como siempre.
Susana es excelente este post.¿ Te has basado en algún autor en especial, es cosecha propia, popurrí…
Un abrazo, los tuiteo 😉