JUN156. UN FIN DE SEMANA CUALQUIERA, de Héctor Hernández
Se suponía que sería un viaje de esparcimiento, pero en cuanto vi pasar a ese niño por la recepción, supe que pensaría en él todo el fin de semana. Al igual que yo, había entrado buscando el café caliente que ese hotel barato ofrecía a sus huéspedes. El espejo frente a mí me devolvía su imagen: delgada y tímida, de aspecto descuidado; tendría 11 o 12 años. Más tarde, mientras regresaba del estacionamiento, descubrí a su madre: piel flácida y pelo teñido de un rubio que difícilmente pasaría por natural, un cigarro en los labios ocultaba los pocos dientes manchados que aún le quedaban. Buscaba algo entre las cajas de ropas revueltas que tenía atiborradas dentro de lo que intuí sería su única posesión: un auto viejo. Imaginé que el cuarto que se permitían pagar se debiera a otra razón, que los ojos huidizos y distantes del muchacho, junto con su voz queda, fueran el resultado de las esperas que con frecuencia le imponía la madre mientras ella despachaba al cliente en turno y él deambulaba por ahí. O quizá simplemente se limitaba a escuchar, tras la puerta, como lo había hecho tantas veces y como lo haría otras más.
Un viajero observando lo que se mueve a su alrededor y sacando sus propias conclusiones de lo que oye y ve. Lo hago constantemente, no lo puedo evitar. Muy útil para crear relatos como este.
Un abrazo.