88. A las puertas del Paraíso.
La puerta estaba entreabierta. Por la estrecha rendija se observaba un espejo donde un cuerpo glorioso se deshacía en ardientes contoneos exhibiendo una pálida desnudez propia de las ninfas más bellas que cualquier ojo humano haya tenido el privilegio de ver. Advirtió mi presencia porque, rápidamente, intentó cubrirse presa del rubor. Me aparté discretamente de la entrada con la agradable sensación de que el camarote 115 de aquel lujoso transatlántico me acababa de abrir las puertas del mismísimo cielo. Tal era mi grado de turbación que apenas reparé en el reguero de agua que discurría por los pasillos de acceso a las suites hasta que comencé a advertir la humedad en mis pies. Desconcertado por el descenso precipitado que experimente en mi regreso a la tierra, solo pude constatar como un infierno helado se abría paso hacia mí.
He sido una pequeña espía mirando extasiada la escena que describes con magia. Fantástico el paso del trance ante las puertas del cielo a la brutalidad del naufragio, digno del mismo infierno.