114. LOS SUPERVIVIENTES
Pedro salió a la calle con su traje azul marino, el mismo que usaba como portero. Lo único que lo direrenciaba de su uniforme de trabajo, era la pajarita de color azul celeste que lucía tan feliz. Esa forma rumbera de cerrar el chiscón y la llamativa corbata no hacían más que acrecentar el chismorreo de los vecinos. “Que si era un sarasa”. “Que si tan mayor y soltero”. “Que adónde iría a las ocho de la tarde”.
Milagros, de medio luto, llegó puntual a la cita con Pedro en el salón de baile. En el Titanic o camarote 115, tal como lo llamaban sus clientes por su tamaño y porque ocupaba ese número de la avenida Principal. El local estaba solo a medio aforo y con una orquesta mínima, aunque entregada.
Disfrutaron su reencuentro como dos torpes enamorados, al ritmo de cumbia, el vals, el chotis o cualquier otra danza que bailaran. Milagros y Pedro se abrazaban otra vez, despues de treinta años. Y seguirían bailando toda la tarde y después toda la noche, hasta que parasen los músicos. Hasta que apagaran las luces y tuvieran que marcharse. Hasta que se hundiera el mismísimo Titanic.
Muy bien, Pablo, donde hay amor hay de todo. Me gusta el micro y la última frase lo dice todo. Un abrazo, Sotirios.
Buenísimas las descripciones de los personajes, sin duda, tal cómo los describes, en el mundo veloz en que vivimos hoy en día son unos auténticos supervivientes. ¡Que les dure!
precioso, nostálgico, muy bueno.
Me gusta tu manera de narrar, para un argentino suenan raros tus modismos, quizás eso le da un aire distinto.
Bella historia.
Un abrazo y suerte.
Precioso relato de reencuentros, de segundas oportunidades y amores recuperados en una bella y nostálgica ambientación. Muy bueno Pablo. Un abrazo. Gloria
Enhorabuena Pablo por la historia tan bella y con la que he disfrutado al ritmo de la música y de sus bailes.
Pablo, bonita historia y bien contada. Suerte y saludos
Buen relato.
Felicidades.