53. Una tarde como cualquier otra, como ninguna
Para un niño de ocho años dos meses son una eternidad. Y no saber andar en bicicleta más que una falta de habilidad es una afrenta, especialmente cuando ya nadie quiere jugar con soldaditos por la novedad de las carreras de niños contra niñas. Pero para mi fortuna (y quizá mi honor), mi madre se compadeció de mí. Faltando 54 días para mi cumpleaños me llevó la vagabundo azul que ya me había cansado de ver tras el aparador.
Salí disparado a buscar a Vladimir, mi vecino de enfrente. Lo había hecho prometer, casi jurar, que en cuanto tuviera la bici me enseñaría a andar en ella.
—Tráela—me dijo. Y la llevé.
No recuerdo haber puesto tanto empeño en ninguna otra cosa en mi vida. Mientras repetía mentalmente por enésima vez: “tuerce a la derecha si vas a la izquierda; a la izquierda si vas a la derecha” y seguro de que mi amigo sujetaba el asiento para equilibrarme, ocurrió el milagro. Solo cuando estuve a varios metros de él y escuché sus gritos de emoción, comprendí que avanzaba sin su ayuda. Esa tarde dejé atrás casas, autos; dejé atrás, un poco también sin yo saberlo, mi niñez.
Lo has descrito muy bien Héctor. Todas esas sensaciones que aparecen en tu relato podría asegurar que han estado dentro de cada uno de nosotros durante la niñez.
Y aunque yo aprendí a andar en bicicleta algo tarde, también recuerdo a mi primo alentándome a que continuase solo. Lo recuerdo como si fuese ahora mismo.
Te deseo suerte,
Ton.
Gracias por tus palabras tan amables, Ton. Quizá más que relato es una especie de crónica. Detalles más o detalles menos, pero le agradezco a Vladi, como yo solía llamarlo, donde quiera que esté.
Suerte para ti también.
Héctor.
Todos hemos tenido alguien que nos ha enseñado a montar en bici, y ha soportado nuestro peso.
Has recreado con mucha exactitud esa situación.
Me uno a Ton, en lo de la suerte.
Hola María, definitivamente un acto desinteresado, de esos que siempre se recuerdan.
Gracias por tus palabras y mucha suerte.
Héctor
Todas las primeras veces son emocionantes, y sobre ruedas, más. Bien reflejado.
Hola Edita gracias por tu comentario. Cierto, las primeras veces.. bueno… son únicas, para bien o para mal.
Saludos
Héctor
¡Qué lindo relato! Tiene la frescura de la anécdota oportuna. Muchas felicidades.
Hola María, gracias por tus palabras. Así, fresca, fue la vivencia misma de donde surge el relato.
Saludos
Héctor
Ey, a mi me enseñó un tal Pere Juan!! Y no se si dejé atrás la infancia, pero me pillé una insolación de espanto!!
Beso.
Seguro que valió la pena la insolación. Gracias por tu comentario, Auro.
Un abrazo,
Héctor
Hector, se autoafirmo en sus logros y eso es precioso. Bonita historia. Suerte y saludos
Hola Calamanda, citando un poco a The Sandman: It is sometimes a mistake to climb; it is always a mistake never even to make the attempt.
Suerte para ti también,
Héctor
Hola Ana. Un poco melancólico quizá. Gracias por pasarte por aquí, y me alegro te haya gustado 🙂
Saludos!
Héctor.
Buen relato Hector. Nos haces recordar como aprendimos a montar en esa deseada bici. La sensación primera de saber que ya nadie sostiene el sillín y vas tu solo rodando. ¡Que momento de libertad…!
Un abrazo, suerte.
Hola Belén, gusto de verte por acá. Ese primer momento es fenomenal; de las mejores experiencias que un niño puede tener.
Un abrazo para ti también y éxito.
Héctor
Yo aprendí rodando… hasta que pude mantenerme sobre el sillín, y luego todo fue camino por recorrer, luego llego la competencia, algunos trofeos y hoy el recuerdo del viento en la cara, lo duro de tratar y el sabor de haber podido.
Me encanto como le pones prosa a tus recuerdos.
Un abrazo y suerte.
Hola El Moli,
Me encanta como has puesto las palabras en tu comentario. Estoy seguro de que encierran muchas historias dignas de ser contadas.
Muchísimas gracias por pasarte por aquí, y me da un gusto enorme que te haya gustado el relato.
Un abrazo para ti también.
Héctor
Bonita historia de logros y superaciones. Muy tierno en el fondo.
Un abrazo
Hola Blanca,
gracias por comentar. Creo que todos tenemos historias, sino iguales, similares. También de logros, a veces más importantes de lo que nosotros mismos sabemos.
Un abrazo para ti,
Héctor
Recuerdos convertidos en historia, ese final me deja intrigada, qué prontito sientes abandonar tu niñez. Hermoso y tierno relato Hector, mucha suerte con él.
Hay niños que a sus 6 o 7 años son prácticamente adultos, tristemente.
Me alegra que te haya gustado. Muchas gracias por tu comentario, Yashira.
Suerte para ti también,
Héctor
Recuerdo perfectamente el deseo de tener una bici, pero no como aprendí. La primera que tuve ya era bien grande. Lagunas de historias personales.
Ahora, bien, si que recuerdo como aprendió mi hijo por ser, claro, más reciente.
Es una historia que se repite día tras día.
Un abrazo por tu entrañable relato.
Hola Javier,
aprender,y luego enseñar, ambas son experiencias increíbles. Y en cualquier caso las dos son gratificantes. Ojalá pudiésemos repetir la historia, en ese u otro ámbito, así como dices tú: día tras día.
Un abrazo para ti también,
Héctor
Muy bonito y nostálgico. Me ha hecho recordar cómo aprendí a andar en bicicleta (aunque el final fue algo más accidentado…).
Mucha suerte