18. Seducida
María tenía el miedo reflejado en su rostro, el mismo temor que recorría incansable el pavimento y concreto de la ciudad fantasma. Aquel hombre le recordó su época de adolescente, cuando los límites del beso y abrazo sucumbían al calor de los cuerpos jóvenes. En esos primitivos encuentros no hay racionalidad, cuando la mente sucumbe al deseo más puro de la piel. No dudó en ningún momento y contra todas las previsiones que la habían mantenido con vida, simplemente se dejó llevar a ese edificio abandonado. Busco refugio en el interior del derruido departamento, no había muebles, solo un silencio y una oscuridad inmutable. Las sombras del atardecer se desvanecían en el suelo, mientras las paredes se mantenían lóbregas y expectantes. Él huyó dejándola en una indefensión física y moral completa. No lo culpaba, en su lugar habría hecho lo mismo. Pero el cansancio la había vencido, por lo que aquella tarde, no regresaría a casa para esconderse ni un día más. Dentro de esa habitación, una sombra descendía lentamente y sin ningún grito o queja, así estaba escrito en su epitafio: “Ella se abandonó pacíficamente a la inevitable muerte”.
Héctor, pobre chica, que final tan triste y que bien ambientas esta historia. Suerte y saludos
Cuando llegue esa visita que nos imaginamos oscura y lúgubre siempre estaremos solos e indefensos, de nada servirá revelarse. Ante algo tan inevitable, de cuyas redes de seducción no podemos escapar, sólo cabe rendirse, pacífica y serenamente.
Un saludo y suerte
Por mucho que huyamos, al final seremos seducidos por la muerte a la que abrazaremos inevitablemente. Me ha gustado mucho, Héctor. Abrazos.