32. El hombre de la plata
Todo debía ser a mi manera. Incluso exigí un traje entero para ir a reclamar mi herencia a la capital. De camino al aeropuerto, la presencia enfermiza de mi mujer y los siete chiquillos no cesaba de recordarme la vida de pobreza y deudas a la que debía retornar si no lograba enfrentarme a esa hermana que años atrás me expulsó con intrigas de la casa paterna. Pero aquella insignificante criatura, sentada en el despacho del abogado, solo me producía un gozoso desprecio. «Está mal. Peor ahora que los viejitos te dejaron la hacienda», me confesó el abogado; y, a la vez, se regocijó por mi éxito: ¡Te ves bien, hombre de los dólares!». Quise recordarle a mi hermana la promesa de regresar siendo un gran señor; pero consumé mi venganza de golpe: ─Déjele todo a esta muerta de hambre. De por si es un poquitillo y yo tengo de sobra.
Supe de mi error cuando, a la salida del bufete, ni siquiera me dio las gracias y se colgó del brazo de un hombre. De la desazón pasé al alivio al tantearme los bolsillos del pantalón. Todavía tenía dinero para tomarme un cappuccino como un hombre de plata.
A muchos les pasa, se pueden estar muriendo de hambre pero su orgullo no les deja ni aparentarlo.
Relato que invita a la reflexión. Me ha gustado.
Saludos.
Patricia, en este caso la forma de ser le imprime tanto caracter que le alimenta el ego. Bien ambientada tu historia. Suerte y saludos
Una historia singular, con un personaje singular, y que desde luego deja mucho espacio para la reflexión, y para querer preguntarse qué sucedió antes de tu primera línea. Nada fácil, y tú lo has conseguido. Mucha suerte 🙂
Una relato bien contando que deja mucho que pensar. A veces las cosas no son como parecen.
Felicidades.