ABR40. HISTORIAS DE METRO, de Lorena García Fernández
Tumbada, de fondo el cuchicheo de las olas al llegar a la orilla. El sol del mediodía penetraba en mis poros atrofiados y mis facciones se afinaban al son del mar.
Unas gotas me salpicaron. Era el cóctel de ron que un forzudo mulato me había preparado. Perezosamente le hice un gesto de agradecimiento.
Me perdí bajo mi cuerpo, por mis venas corrían desenfrenados chorros de aire fresco. Era el paraíso.
Aguanté unos minutos más hasta que mi paladar se convirtió en cartón piedra, mi piel se desnudó agrietada por el calor y ya no tenía oídos para escuchar el mar. Abrí los ojos.
– ¿Quiere más agua señorita? – preguntó una afable voz.
– ¿Quién es usted? – susurré patidifusa.
– Estaba en este banco apoyada de mala manera y me quedé a su lado porque pensé que se había mareado. Perdone si la he molestado.
Era un joven de tez oscura y ropa andrajosa. Profundamente avergonzada, con el corazón en la garganta, subí al primer metro que paró.Metí la mano en mi bolso, no faltaba nada. Una sonrisa se escapó de mis labios. Sin duda topé con un caballero bajo tierra.