61. EL BUEN HIJO (Carles Quílez)
El sargento Pável limpió la salpicadura de sangre verde que el Rameliano había dejado en su bota y lo remató. Debería haberlo hecho prisionero para su interrogatorio, pero siguiendo un impulso, decidió ahorrarle el sufrimiento. Unos días antes, cuando aquella colona rebelde le había implorado que no matara a su hijo, había tenido que recurrir a una serie completa de ejercicios mentales reafirmantes antes de disparar, pero esta vez se había saltado una orden directa. Dos anomalías disciplinarias en apenas una semana eran demasiadas como para ignorarlas. Había llegado el momento de tomarse un descanso.
Embarcó en el primer carguero militar que encontró con rumbo a la Tierra. Hacía más de diez años terrestres que había marchado de su hogar y apenas quedaba nada del muchacho que un día -el día que enterraban a su padre- se alistaba en las milicias imperiales.
El ejército había cumplido su parte del trato: le había convertido en un hombre y le había pagado la soldada que luego él, obedientemente, enviaba a casa.
Ya en la nave, se acomodó en la cámara crionizadora. Al cerrar los ojos, un objeto desconocido activó una alarma. Era una lágrima. No conseguía recordar el rostro de su madre.
Muy bueno, Carles, ese tránsito desde la sanguinaria vida galáctica hasta el sentimiento humano más íntimo.
Suerte y abrazo.
Al final, todo se confunde. El espacio es tan infinito y profundo como los sentimientos.
Gracias por comentar y feliz cumpleaños, Rafa.
Me encanta cómo abordas el sentimiento humano del sargento Pável y rematas el relato con esa lágrima sacada del corazón. Aquí veo la invisible línea que separa el deber militar del sentimiento humano. Ojalá siempre ganasen los sentimientos.
Un abrazo, Carles.
El sargento Pável ha aprendido muchas cosas sobre los sentimientos estos ultimos días. Y si llegara a conocerte a ti, aprendería todavía muchas más.
Abrazo, Pablo.
Nadie dijo que les devolverían un hombre feliz, solo un hombre.
Y en ese mundo, ¿los hombres lloran? Mira que si además de indisciplinado, vuelve un niño…
Las guerras son y serán siempre así, lamentablemente.
Buen texto!!
Y tampoco precisaron que devolverían un buen hombre.
Saludos pacíficos, Luisa.
Hola, Carles.
Muy bien logrado el paso del tipo deshumanizado al hombre con sentimientos.
Qué bonita la última frase!!!
Un abrazo y mucha suerte.
Hay, en efecto, un tránsito -un viaje- introspectivo hacia el universo interior y profundo.
Saludos, vecina de arriba, y suerte para ti también.
Los que quieren crear máquinas de matar carentes de sensibilidad pueden encontrarse con un engranaje que termina por romperse. De llorar al no recordar a su madre, a hacerlo por haber impedido a muchas madres el reencuentro con sus hijos, no queda tanto, aunque sean de sangre verde. Este soldado del futuro tiene todas las papeletas para renegar de su oficio. Como alguien dijo, «malditas guerras», a lo que se podría añadir: «Sean en la galaxia que sean». Un futuro posible que ha sido pasado y presente.
Suerte y un abrazo, Carles
Me quedo con la última reflexión de tu comentario, Ángel: «Un futuro posible que ha sido pasado y presente». Eres muy grande.
Abrazos.
El hombre convertido en un robot para torturar y matar, movido por elementos exógenos.
La «Era Tecne», ya está aquí diría un alucinado científico, al que los siglos venideros darán la razón entre lágrimas artificiales, porque las máquinas también lloran.
Para reflexionar, Carles.
Saludos cordiales.
Las máquinas solo lo sofistificarán. Lamentablemente, el ser humano lleva siglos especializándose en el arte de la guerra.
Saludos, Maria Jesús.
Muy bueno, Carles. Quiero creer que el proceso hacia la humanización todavía sigue en marcha. Hay días en los que esa creencia flaquea, pero bueno…
Bien escrito, compañero.
Suerte y abrazos.
Yo creo que el ser humano se mueve a bandazos en torno a ese eje de la humanidad y que está en permanente conflicto consigo mismo y con el mundo. Mientras se resuelve, déjame agradecerte tus cumplidos.
Saludos cordiales, Cristina.
Hola, Carlos. Me ha parecido un relato interesante con elementos potencialmente potentes (perdona la redundancia). Suerte y saludos.
Aunque pueda sonar a herejía microrrelatística, en ocasiones se dice que lo que abunda no daña, por lo que no hay redundancia alguna que perdonar.
Saludos cordiales, José Ignacio.
Fantástico Carles. Nos dejas con una historia espacial donde partes de una deshumanización que va evolucionado conforme lo lees para terminar en esa lágrima que le da un gran valor al relato.
Un gusto leerte siempre.
Un beso grande.
Una diminuta lágrima alberga toda la humanidad del Sargento Pável. Einstein tenía razón: todo es relativo.
Gracias, M. Belén, por comentar,
y por tu generoso apoyo dar.
Recibe en forma de verso aparte
un beso de mi parte.
Hola Carles, me encanta irte leyendo por aquí también tan a menudo. Esos ejercicios mentales reafirmantes suenan genial,yo necesitaría recuperar elasticidad neuronal d evez en cuando 😉 Suerte y un besazo.
Ah, mira, me has hecho imaginar a unas neuronas haciendo zumba y me he reído yo solo.
Otro besazo para tí, Eva. Para mí también es un placer leer tus historias (todavía recuerdo aquella del abuelo Jesús).
Me encanta tu estilo de narrar tan visual y con tanta fuerza. Enhorabuena por este fabuloso relato con la escuela de la mejor ciencia ficción. Besos y mucha suerte, Carles.
Ah, sí, he aderezado el relato con algo de jerga espacial y de las novelas de anticipación que tanto me gustan.
Gracias por tus amables palabras, Belén. Las valoro mucho por ser vos quién sois.
Besos.
Precioso final, contrastando con el principio, donde dejas patente que no todo está perdido… Gracias, Carles, empezaba a preocuparme.
Excelente, como todo lo que te he leído…
Un abrazo.
No. No todo está perdido. Todavía no. Pero a veces, viendo la tele, yo también me preocupo.
La suerte es que tenemos lugares como este para compartir nuestras preocupaciones.
Abrazo, Rosy.
Relato sobresaliente, Carles. Excelentemente escrito y con una intención muy constructiva dando ese voto de confianza al ser humano. La historia, con algunos pequeños cambio, bien podría haber ocurrido sin salir de nuestro planeta, y el protagonista haber sido uno de nosotros o de nuestros hijos.
Espero que tengas mucha suerte con él.
Un abrazo.
Es cierto eso que dices, Enrique. El soldado del relato podría experimentar el mismo proceso de humanización sobrevenida en un avión convencional, en un barco de guerra o en un tren militar. Incluso podría ocurrirle en la cama, en su propia casa. Para ese viaje, que diría un castizo, no se necesitan tantas alforjas.
Gracias por tus amables palabras, Enrique, y un abrazo también para tí.
El relato gira en torno al personaje, y me parece un personaje excelentemente construido. Me han gustado mucho los detalles y guiños a la ciencia ficción más clásica y por supuesto el cierre que le has dado, que contrasta la dureza y la fuerza con un pequeño hálito de esperanza. Mucha suerte 🙂
Apreciado Juan Antonio:
A pesar de que la realidad se empeñe en mostrarnos la cara más terrible del ser humano, sé que junto a ésta convive un rostro mejor, el de las personas que rechazan la maldad. Por ellas va el relato.
y dicho esto, muchas gracias por tus animosas palabras.
Saludos cordiales.
Los viajes hacia el interior de uno mismo son los más largos y dolorosos. Mantener las distancias con quien no te identificas (sean ramelianos o colonos) es una forma de huida, que parece no haber abandonado desde aquel día en que falleció su padre. Lo malo de huir es cuando paras, cuando te quedas a solas en esa cámara que te devuelve todo lo que dejaste atrás.
Magnifica introspección de un atormentado personaje, Carles. Con sensibilidad y maestría nos has mostrado que todo viaje tiene un regreso.
Magnífico. Enhorabuena.
Un abrazo.
¡Antonio! Qué alegría verte por aquí. Y muchísimas gracias por tu elaborado comentario.
Coincido contigo, al final, por mucho que huyas, el viaje termina. Lo que ya no tengo tan claro es si siempre regresa al punto de origen, o acaba explorando uno territorios desconocidos.
Abrazo.
PD. Y Enhorabuena por tu relato vencedor mensual de cincuentapalabras.
Un muchacho que indefenso ante la pérdida de sus padres y para huir del dolor que eso le causa, acoraza su joven corazón cubriéndolo de insensibilidad y violencia. Pero el paso del tiempo todo lo altera, el dolor se aleja y las corazas se fracturan. Qué gran relato, Carles, y que bien lo has narrado, felicidades. Un gran beso.
Y qué estpendísimo resumen, Matrioska, y qué placer encontrarte también por aquí!!
Muchas gracias por comentar y otro gran beso para ti.
Grande Carles, alejarse para encontrarse, es maravilloso cómo lo has contado.
Te dejo mis felicitaciones con un beso grande.
¡Pero bueno, qué desembarco cincuentista más agradable!
Mi querida Malu, recojo tus felicitaciones y tu beso y me quedo más contento que un ocho.
Besos.
Carles, bien construidos, le has dado una ambientacion clásica llenando de humanismo y esperanza el final. Suerte y saludos
Ah, Calamnada. Es que para estas cosas, en realidad, soy muy clásico 😉
¡Saludos, suerte y esperanza!
La humanidad entera, terrestres y extraterrestre, condensada en una palabra: lágrima. 🙁
A terrestres le sobra una s, claro. 🙂
Con ese o sin ese, es cierto lo que dices: el mundo de los microrrelatos es tan grande que te permite condensar a la humanidad en una lágrima.
Saludos cordiales, Edita.
Sospecho que han sido muchos sargentos Pável los que han participado en las numerosas guerras que hemos ocasionado los terrícolas. Tú, aquí, nos presentas un futuro en el que, por seguir en la misma senda de la violencia por la que nos movemos ahora, se enfrentarán las civilizaciones.
Ojalá que te equivoques, y este no sea más que un magnífico relato de ciencia ficción, y no un vaticinio de lo que nos deparará el futuro.
Me encantó Carles. Enhorabuena y mucha suerte.
Ton.
Pues, mi temor es que efectivamente, acabemos por invadir el espacio con mentalidad colonizadora. De momento, ya hemos empezado a llenar nuestro espacio cercano de basura espacial.
Somos incorregibles, pero quizás ahí fuera haya alguien que nos enseñe -por las buenas- buenos modales.
Saludos cordiales, Ton.
Carles, le pones voz de fantasía a la verdad que ya nos enseñó Cavafis en su magnífico poema «Ítaca»: que no hay que temer a lestrigones ni a cíclopes, como tampoco a los ramelianos; que todo camino hay que desear que sea largo, pero no tanto como para olvidar a una madre; y que sin Ítaca no habría habido viaje, y sin las milicias imperiales tu personaje no habría emprendido el camino. Nadie ha engañado al sargento Pável, lo demuestra esa lágrima que tampoco engaña a los controles del carguero: es un objeto desconocido, un cuerpo extraño. Demasiado humano.
Enhorabuena, y suerte.
Ah, me parece muy acertada la referencia homérica, pues al fin y al cabo, la Guerra devora a los hombres, igual que los cíclopes y los lestrigones devoraban a los compañeros de Ulises.
Y en cuanto al viaje a Ítaca, tan importante es el camino como el destino.
En fin, ha sido un placer haber podido leer tu comentario, Eduardo.
Saludos cordiales.
La guerra, la disciplina, vacía de sentimiento la mente como autoprotección a la locura. EL anhelo de volver a casa y esa lágrima, reactiva su humanidad. Gran relato, Carles, de ese viaje interior de regreso al corazón. Abrazos y mucha suerte.
La gran paradoja es que tan cierto es decir que la guerra deshumaniza, como que la guerra es un acto genuinamente humano.
Abrazos, Salvador.
Tiene muchos ingredientes placenteros, desde la ciencia ficción a la añoranza, desde la crueldad para matar hasta la ternura hacia su madre, y el dolor de haber perdido la imagen de la madre. En fin. Suerte.
Celebro que la lectura de mi texto te haya reportado placer, Javier. De veras que no se me ocurre un halago mejor.
Muchas gracias y un abrazo.
Todo dicho. Me gusta, deja abierta una esperanza, que es lo nunca debemos perder.
Feliz primavera.
Me encantan tus buenos deseos, María. Yo también te deseo una primorosa primavera.
Hmmm… parece que los sentimientos son «anomalías disciplinarias»…
Pues tal y como acaba la historia, no sé si volverá al ejército una vez pase unos cuantos días con su madre. Si se queda podrá llenarle la cara de besos – seguro que luego no se le olvida.
Un petó
Y si le prepara croquetas, ya ni te cuento…
Petons, Carme.