FEB157. LO QUE SIEMPRE ESPERA, de Antonio Toribios
De niño abría el armario y se miraba en el espejo. Le emocionaba ver su figura en sombras reflejada en aquella superficie misteriosa, mientras le envolvía una fragancia espesa, mezcla de espacio cerrado y ropa blanca. Observaba sus ojos más allá del azogue y le invadía la inquietante sensación de estar frente a un extraño.
Pasaron muchos inviernos y el niño, ya hombre, halló otra vida lejos. Trabajó en oficios dispares y tuvo algunos amores; vivió momentos plenos y rachas de amargura. Su rostro se había ido llenado de arrugas y su frente ya no era aquella superficie tersa, como un pergamino aun sin hollar por la escritura.
Una mañana el cartero le trajo un telegrama. Emprendió el viaje sosegado, como quien está esperando una señal para volver. Los días siguientes al funeral apenas paró en casa, la misma en que había pasado la infancia. El día cuarto se dirigió al armario con el aplomo de quien acude a una cita largamente postergada. Abrió la puerta con chirrido y allí estaba. Era el mismo niño, con los mismos ojos y la misma frente, lisa como el mármol de una losa.
Me gusta cómo nos has llevado hasta ese reencuentro del hombre con los recuerdos que habitan la casa de su infancia. A mi parecer está muy bien narrado. Saludos.
Hay lugares en donde nunca pasa el tiempo. Buena narración y sobre todo un final muy impactante. el juego de los espejos es siempre interesante.
Felicidades y suerte.
Gracias a las dos. La verdad es que el tema del mes era «el retrato» y no «el espejo» -me di cuenta cuando ya lo había escrito-, pero creo que sí viene a cuento con la idea principal de «El retrato de Dorian Gray»: la representación del «otro yo».