FEB149. EXTRAÑOS COMPAÑEROS DE ANAQUEL, de José María González-Serna Sánchez
En última instancia, casi todo se reduce a una cuestión de percepción, querido Dorian. Tus actos, al igual que los míos, quedaron reflejados en las páginas de una novela, expuestos al juicio estético y moral de lectores procedentes de culturas y épocas diversas. Tú quisiste permanecer eternamente joven y sólo alcanzaste la miserable decrepitud en las últimas páginas de tu historia; en mi caso, mi insultante juventud e inteligencia, mi pretendida superioridad moral sobre una vulgar usurera no me valieron más que el sufrimiento y la culpa. Tú y yo, Gray y Raskolnikof, somos similares y diferentes a la vez. Tú nunca aceptaste estar equivocado; a mí de nada me valió purgar mi pecado. Da igual cómo actuásemos. Al cabo, lo que de nosotros sea dependerá de esas gentes a las que tanto hemos despreciado. ¿Te das cuenta de la crueldad con que se han conducido nuestros creadores, amigo Gray? ¿Comprendes ahora cómo nos han expuesto al juicio de los inferiores?
Qué bien, José María, que las musas te tengan últimamente tan bien acompañado y que te hayas decidido a participar en ENTC. Muy buen relato con esos dos protagonistas enfrentados. Y mucha suerte.
Gracias, Elisa. Después de tantos años «sin conocernos», supongo que ya te habrás hecho una idea sobre cómo soy: un tío de rachas. También te deseo suerte a ti y a tu Otelo museístico, aunque no creo que la necesites, porque el texto es buenísimo.
Interesantes la conversación y la reflexión que planteas en este relato. Me ha gustado mucho. Un saludo.
Muy bueno, sobre todo el remate.
¡Muy bueno!! Dorian y Raskolnikof: qué personajes para un cuentAZO, José.
No me habría podido animar con ellos jamás. Me encantó. Saludos van.
Hola José María,
soy tu compañero del año pasado Félix. Me alegra verte por este espacio y además con un relato tan original como este. Yo me aficioné hace unos meses a este blog y por aquí ando. Este mes he dejado un micro que me haría ilusión que leyeras; a ver qué te parece.
Un abrazo enorme desde el otro lado del Atlántico y recuerdos para todos en el cole.
Hombre, Félix, ¿qué alegría saber de ti? Ten por seguro que leeré con gusto tu relato. No sabes cómo me alegra que compartamos aficiones microcuentísticas. Un abrazo.