64. Salvación
La tarde había resultado infructuosa. Con mi lanza terciada a la espalda braseé de la caleta hasta los bancos. Fue allí, a muy corta distancia de la playa, donde vi el cuerpo del cetáceo. Era majestuoso. Yacía inerme, acariciado por el va y ven de las olas, sobre la arena. Me acerqué con asombro y emoción que se tradujeron en tristeza y afrenta cuando noté el arpón que ofendía su costado. Con su ojo enorme me miraba como suplicante y perdonador, como confiador de algún secreto recuerdo rescatado de las simas. Levanté mi vista y oteé a lo lejos al ballenero responsable de tal crueldad. Quizá habiendo identificado a su presa liberaba una embarcación pequeña con no más de cuatro hombres. Aquella visión representaba mi salvación a la dieta de peces y moras a que me avine después del naufragio, pero en ese momento la desprecié. En el roquedal que estaba a mi derecha descubrí una oquedad que me proporcionaría el anonimato que buscaba. La noche cómplice, mi cuchillo y yo, nos encargaríamos del resto.
Un gran relato escrito con esa maestría tan habitual en ti. Aunque me resulta un poco duro el fondo. Personalmente, aunque soy gran defensora de los animales, considero que en caso de necesidad está primero el hombre que el animal.
Mucha suerte. Un saludo.
Hola Begoña, gracias por tu comentario. Ciertamente el relato salió un poco duro. Es solo que a veces es difícil discernir quién es quién.
Saludos.
Un gran relato escrito con esa maestría tan habitual en ti. Pero me resulta un poco duro el fondo. Personalmente, aunque soy gran defensora de los animales, considero que en caso de necesidad está primero el hombre que el animal.
Mucha suerte. Un saludo.
El protagonista se ha mimetizado con el entorno emocional hasta el punto de empatizar con sus criaturas. Muy bueno, Hector. Abrazos y mucha suerte.