FEB87. AUTORRETRATO PERFECTO, de José Antonio Tejeda Cárdenas
La rutina de los desayunos se vio quebrantada por los estremecedores gritos de nuestra casera. La alarma venía de la segunda planta, de la habitación del anciano Don Alberto: el pintor.
Le conocí hace años, recién llegado a la residencia. La soledad hizo de nosotros: amigos inseparables.
Toda su vida ejerció como pintor ambulante. En el Parque Central pintaba retratos al óleo de cuanto transeúnte curioso se le arrimase.
Pero de un tiempo a esta parte, estaba muy cambiado. Le obsesionaba la proximidad de su muerte, la urgencia por cumplir un sueño: el retrato perfecto. Respiraba con la ayuda de aquella idea y ya no abandonaba su habitación.
Al verme aparecer, la casera dejó de gritar, enmudeció, y con un ilimitado repertorio de gestos espasmódicos, no hacía más que señalar hacía el interior de la habitación.
Tendido sobre el suelo estaba el cuerpo decapitado del anciano. Sin rastros de sangre, ni signos de violencia, era imposible explicarse la tragedia.
Buscando nuevas pistas, alcé la vista hasta el caballete, y me tropecé con la inconfundible mirada de Don Alberto. Estaba allí, satisfecho, orgulloso, pletórico de gloria, atrapado en la inmortalidad de su obra. Lo había conseguido: el autorretrato perfecto.
Hola, José. Disfruté mucho tu relato, en especial el final. Suerte! Saludos.
Muchas gracias, Camilla. Mis saludos.
Un relato muy interesante.
Saludos.
Santi S.
Muchas gracias, Santi. Saludos.
José, efectivamente, el autorretrato perfecto. Suerte y saludos.
Gracias,Calamanda. Un abrazo y mis saludos.
Perfecto. El relato, digo. Un abrazo descabezado.
🙂 Hola, Aurora. Gracias. Un fuerte abrazo. Saludos.