93. TLACHTLI
En alto, entre sus dos manos, mantenía el sacerdote mi corazón aun latiendo. La sangre chorreaba por entre los dedos y su rostro se transfiguraba por el éxtasis al ofrecer a los dioses su alimento.
Es lo último que vi. Las formas se difuminaron rápidamente y viví orgulloso mis eternos instantes de muerte en una luz sin sombras y sin dolor.
Es costumbre en aquel gran altar de Tikal que el capitán del equipo que había demostrado su valía cortara la cabeza de los jugadores sacrificados en la ofrenda y las alineara en el campo de juego. Entonces el ardor del público se exacerba hasta lo increíble y los vasos de pulque viajan en un mar de manos.
Con suerte Tláloc, satisfecho, bendecirá la tierra con la lluvia.
Ahora mi conciencia es un gran espacio que se va quedando vacío. En el horizonte ideas cómo pequeñas llamas se consumen y apagan.
Vislumbro el engaño. Entiendo que la competición no es motor de nada, que en toda victoria hay siempre una derrota y mañana esa derrota será la tuya. El éxito y la vida son otra cosa.
Es tarde.
Entro en el submundo y los dioses…
¿Dónde están los dioses?
Desaparezco.
Nos muestras, con maestría, las supersticiones presentes en algunas tradiciones y los anhelos de una gloria fruto del engaño, descubierto demasiado tarde . Suerte y saludos.
El sacrificio de los deportistas llevado al extremo. Me gusta ese paralelismo que insinúas (creo), con los atletas actuales, sacrificados, también, a otros dioses.
Suerte y saludos,
Me encanta tu micro, desde el principio al fin, y ese final es toda una filosofía.
Te felicito, Manuel