96. DEL ROJO AL AZAFRÁN (Toribios)
Cuando Alberto dijo en casa que quería practicar boxeo, se armó una tremolina con gritos, lloros y amenazas. “¿Cómo se te ocurre?”¬–decía el padre, que era ajedrecista y apasionado de la música barroca–. “¿Qué hemos hecho mal?” –sollozaba la madre, pacifista, animalista y votante de los Verdes–. Hasta su hermanita pequeña, Patricia, le tiraba de manga y le decía contrita: “Tato, ¿ya no nos quieres?” Pero, Alberto, estaba decidido a cultivar el pugilato, aunque tuviera que pagar el gimnasio trabajando los fines de semana descargando camiones en la plaza. Entrenó con ahínco y demostró valor y garra en los combates, ante el asombro de quienes conocían su carácter pacífico y casi melindroso. A los dos años ya ganaba combates de ámbito regional, pero sus padres no solo se negaban a asistir, sino que le tenían retirada prácticamente la palabra. Cuando llegó el triunfo y las apuestas millonarias, los padres se ablandaron y acabaron siendo sus mejores fans. Fue entonces cuando Alberto decidió de pronto donar todos sus bienes y hacerse monje tibetano.
Los defensores del boxeo suelen decir que el suyo no es un deporte violento. Si partimos de esa premisa tu protagonista no lo era antes ni mucho menos al marcharse con los monjes. Lo que parece ser es un rebelde al que le gusta llevar la contraria a lo que los demás le dictan. Me gusta mucho tu relato. Suerte y saludos.
Gracias, Jesús. Eso mismo me dice mi hijo, que se está iniciando en la práctica del boxeo. Precisamente de ahí tomé yo el arranque del relato, llevando luego al extremo la oposición paterna inicial que sí que hubo. Desde luego hay reglas y no se parten la cara, pero bueno había que jugar con los tópicos. Me alegro de que te guste el resultado.
Ay los hijos, qué complicados para los padres. Y estos cuando ya se resignaban a compartir la «bolsa» con el niño, les sale con hacerse monje.
Muy divertido final y muy visual todo el relato, me ha encantado.
Abrazos
Gracias, Asun. El cuento me quedó en mero divertimento. Si te ha agradado leerlo,me alegro.
Bueno, ¿quién dijo que sea malo cambiar de opinión? ¡Y qué no se haría por un hijo! 😉
Un saludo, Antonio, y suerte.
Gracias, Margarita. Desde luego, como dijo Groucho: «Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros».
Me gusta tu estilo narrativo y el tono de humor que impregna todo el relato. Suerte.
Gracias, Cristina. El humor es fundamental, desde luego. Unas veces se consigue hacer algo ocurrente y a la vez profundo, y otras veces se queda en la gracieta, pero hay que seguir intentándolo.