18. Despojos (Cristina Requejo)
Recorre con los dedos las iniciales de su lápida, acariciándolas, intentando comprender, a través de sus fechas, también su vida. Cuando la recuerda, una imagen la asalta antes que ninguna otra, como si fuera un código indispensable para acceder al resto de recuerdos: la ve en la cocina, frente al fregadero de piedra, con una gallina muerta entre sus manos. Llora. Otra vez el zorro había entrado en la aldea por la noche.
Sus ojos observan asombrados cómo Carmela extrae del interior del animal una yema rodeada de una fina membrana, mientras un lamento agoniza en su garganta. “Ha matado dos gallinas”-dice la mujer-. Después, empieza a desplumarla.
Se ve a sí misma tumbada en una cama, años después, vestida de miedo, con un óvulo fecundado en su interior. “Te dolerá un poco”-decía entonces Carmela, que en sus manos ya no sostenía a una gallina, sino una aguja de calcetar, y que, con gesto duro, se disponía a destejer su vientre.
Todo salió bien, aunque ya nunca podría tener hijos.
Sólo con los años logró comprender aquel lamento agonizando en la garganta de Carmela, y sus lágrimas, y el peligro de los zorros que aparecen por la noche.
Nos muestra una emotiva, metafórica pero, también, terrible historia y a la que le has puesto un título que me parece que le va muy al texto, Cristina. Lo has redactado con mucho tino y sensibilidad. Pareciera que algunas personas no hay forma de que puedan escapar de su destino. Me ha gustado mucho. Suerte y enorabuena.
Gracias, Jesús, por tu generosa lectura, y por pararte a comentar.
Cierto que, a veces, el destino es caprichoso.
Un abrazo, compañero.
Con crudeza nos muestras prácticas que dan escalofríos, solo de imaginarlas. Las cuentas con maestría y valentía y te felicito por lo ello.
Un abrazo.
María José
Esas prácticas eran habituales hace no tantos años, María José. Y sí, son estremecedoras, cuando menos.
Gracias por tus palabras y abrazo de vuelta 🙂
Duro el título y duro el texto. ¡Muy bien escrito!
Dura la vida, a veces, Enrique. Otras no tanto 😉
Muchas gracias por leerme.
Un relato muy duro que cuenta con mucho tiento, pero sin remilgos, una historia terrible y triste. Esa analogía entre lo sucedido a tu protagonista, con las gallinas y los zorros, es muy ingeniosa. Muy bien narrado, Cristina, felicidades. Un saludo.
Inma (Matrioska), el trampolín para narrar fue precisamente ese episodio (real) de Carmela y sus gallinas. A partir de ahí, la historia se fue tejiendo a su antojo, casi, como suelen tejerse las historias.
Muchas gracias por leer y comentar, compañera.
Me ha gustado mucho como describes esa época en que las mujeres tenían que acudir a las agujas de tricotar para abortar en secreto y a ese personaje, Carmela, dura y compasiva a la vez, acostumbrada a lidiar con la muerte
¿Sabes, Paloma? Esas mujeres, como la que he intentado retratar en mi relato, duras y compasivas al tiempo, poblaron mi niñez.
Me alegra que te haya gustado, y que hayas tenido la gentileza de pararte a comentar.
Un beso bien grande, y gracias 🙂
Carmela fue decidida y seguro que habilidosa, dentro de sus escasos medios, al ejercer la ingrata tarea de extraer vidas malogradas antes de gestarse, pero lo que más difícil le resultó fue no conmoverse ante la visión de lo inevitable. Alguien tenía que hacerlo, pero no debe ser sencillo comprobar que un zorro ha terminado con una vida y otra incipiente, y mucho menos limpiar de un vientre una esperanza convertida en despojo por el egoísmo violento de otro tipo de depredadores. Entrañable y duro homenaje el que le rinde la narradora, antes vestida de miedo y ahora de comprensión.
¿Se nota que me ha gustado?
Un abrazo, Cristina. Suerte
Se nota, Ángel, que tus lecturas son profundas y analíticas; no se te escapa una, compañero, y eso se agradece (mucho, mucho).
Que te haya gustado ya es un premio para mí.
Abrazo grande, lleno de gratitud.
Ana, más abajo tienes un comentario del genial Ángel Saiz Mora que te aclarará algunas dudas, querida. Las otras, como por qué abortó la narradora, ni yo puedo despejártelas. Sus motivos tendría, vete a saber, pero eso quizá aquí no sea relevante. Y por qué no pudo tener más hijos… Pues se me ocurre que, tal vez, un aborto tan ‘artesanal’ la habrá dejado estéril. Suerte que no terminó con su vida, como con otras muchas.
Gracias por tu lectura e inquietudes, Ana.
Un fuerte abrazo.
Relato que retrata una realidad en la que los papeles de verdugo y víctima se intercambian continuamente. Cuando la vida es extrema no hay tiempo ni para sufrir (pero se sufre, ya lo creo).
Has tratado el tema con delicadeza y realismo a la vez. Enhorabuena, Cristina.
Verdugo y víctima, tú lo has dicho, Manoli, papeles que la vida nos hace representar a su antojo.
Agradezco tu lectura, y que te hayas parado a comentar.
Un abrazo grande.
Me parece muy muy bueno. Cuántos secretos guardamos las personas, cuán profundo hay que guardárlos en los pueblos pequeños. Y llorar a escondidas o como sin motivo y seguir diciendo nada.
Jope, muy muy bueno.
Enhorabuena, Cristina
Muy muy muy contenta me dejas, Luisa 😉
Mientras no duelan, hay secretos que deberíamos guardar…
Gracias, compañera.
Duro de pelar este relato, como es duro pelar a una gallina con la overa repleta. Muy bien descrito, esa aguja de tejer me ha puesto la carne de gallina y nunca mejor dicho. Felicidades y suerte.
Besicos muchos.
Muchas gracias, Nani, por leer y comentar 🙂
Preciosa historia Cristina aunque dura.
Un abrazo
Gracias, Blanca; la historia es tan dura como ‘casi’ real 🙂
Un beso.
Cristina, cuentas una realidad que existe y nos rodea, con sensibilidad. suerte y saludos
Gracias por pasarte, Calamanda.
Abrazo fuerte.
Es una historia muy real de tiempo de las agujas. Lo has contado todo muy visualmente. Creo que estarás bien situada a fin de mes.
Gracias, Javier. A fin de mes, con tal de no estar muy en números rojos, me conformo 😉
Beso y gracias 🙂