34. Recuerdos de añoranza
Teniamos gallinas, pollos, conejos y un cerdo que matabamos en Navidad. Mi padre troceaba los restos sobrantes de la comida para los animales, yo los alimentaba. Oir el clocar de las gallinas cuando habían puesto un huevo e ir corriendo a cogerlo «tan calentito».
Nací durante un bombardeo de la Guerra Civil, en un refugio de mi campo.
La puerta de mi casa estaba enjalbegada de blanco, allí me ponían el barreño de cinc para bañarme, el sol calentaba esa agua fresca y transparente.
El quince de Agosto «La Virgen» se celebraban las fiestas de mi pueblo. Ibamos con zapatillas, pues los senderos para ir al baile, estaban llenos de piedras. Al llegar, en un rincón las escondiamos, para colocarnos los zapatos de tacón.
Los chicos venían de los pueblos cercanos e incluso de la ciudad. Allí conocí a mi marido (él era de la ciudad). Me casé y me fui a vivir a la ciudad. Tanto cemento -nunca me gustó-.
Pasan los años, añoro mi campo, heredé la casa de mis padres. Volví, vuelvo a vivir allí. Por las mañanas solo me despierta el ladrido de algún perro. Ahora respiro el aire puro de mi campo.
Nos muestras esos bellos recuerdos que dan sentido a la vida de la protagonista. Ojalá que al recuperarlos, en su vejez, se sienta de nuevo como aquella muchacha feliz con lo poco que, seguramente, tenía. Suerte y saludos.
El amor arrebató a la mujer de su entorno idílico y otro tipo de amor la devuelve a él, a su pueblo. Bonito relato, pleno de buenos recuerdos.
Felicidades, Juana.
Un abrazo.
Juana, la tierra tira mucho y tu lo cuentas con acierto y mucha ambientacion. Suerte y saludos