50. La última aldeana
Desde niño siempre vi cómo mi madre fingía llorar con desconsuelo cuando el autobús se alejaba cada mañana por la carretera en dirección al colegio situado a un buen trecho de la aldea. Nunca comprendí aquella puesta en escena que tanta vergüenza me daba y de la que se burlaban mis compañeros de clase llamándome paleto. Y del mismo modo que lloraba al irme, también daba incomprensibles signos de alegría cuando, por la tarde, llegaba de regreso en la misma camioneta y por el mismo camino, ante la burla de mis camaradas que, desde la ventanilla, me veían sonrojado.
Nunca supe el motivo de aquello siendo niño, pero de mayor, cuando dejé el pueblo para irme a la capital, y dejé la capital más tarde para irme a otra mayor y más lejana, descubrí que mi madre ensayaba para cuando me marchara de su lado y la dejara como la última habitante de mi pueblucho.
Hoy regreso a casa de mi madre tras tantos años de destierro. Sin embargo, aunque yo regrese, ella ya se ha ido, y yo no tuve tiempo de ensayar ni una palabra de despedida, ni un gesto de orfandad.
A tu personaje le ha ocurrido lo que a tantos de nosotros que, por desgracia, ya no tenemos padres y, ahora, lamentamos no haber tenido una forma de actuar más cariñosa con ellos. Éramos jóvenes, ¡menuda explicación! Ya es tarde, pero no merece la pena mortificarse para nada. Emotivo tu texto. Suerte y saludos.
Sin caer en la sensiblería, la experiencia, a la larga, enseña que no es positivo reprimir las expresiones de afecto, los besos, los abrazos, las palabras cálidas, pues puede que algún día ya sea tarde para brindarlos. Tu protagonista lo hizo, como una barrera defensiva ante lo que creía manifestaciones excesivas de su madre, después llegó el inevitable arrepentimiento. Una historia que no será la primera ni la última de este tipo. Para esa mujer el que se hijo se alejase del pueblo, que era todo su mundo, suponía un tormento. Ella fue la única que se quedó y la última en marcharse. Como bien dice Jesús, un texto emotivo.
Un abrazo, JM. Suerte
Juan Manuel, encontrados sentimientos en tu relato, muy humanos. Suerte y saludos