92. Nunca un tiempo pasado fue mejor
Nunca un tiempo pasado fue mejor, recordaba Doña Enriqueta a su nieto. Antes tardábamos una mañana en llegar a la ciudad. Aún recuerdo a tu abuelo, que Nuestro Señor lo tenga en su Gloria, levantarse a las dos de la madrugada, preparar las bestias, cargar la mercancía y partir juntos con el carro camino del mercado de la ciudad; y así día tras día, año tras año. Posteriormente llegó el tranvía, que aunque tu abuelo no podía meter a las bestias ni el carro en él, y eso que alguna vez lo intentó, a tu padre y a mí nos permitía, una vez al mes, ir a comprar al centro de la ciudad alguna necesidad que en el pueblo no había. Nunca se me olvidará la cara de tu padre cuando el tranvía frenaba a la llegada de cada estación: sonreía para dejar escapar las mariposas del estómago.
– Por favor hijo, ¿puedes abrirme la ventanilla?
– Abuela, el coche tiene aire acondicionado.
– Es que estoy muy orgullosa de que me lleves a la ciudad en este coche tan bonito y quiero que me vean los del pueblo.
Cuánta razón tiene, al menos en este caso, doña Enriqueta. Qué le cuesta al nieto cumplirle el capricho, después de todas las dificultades superadas en su afán de darle lo mejor a los suyos. Yo no lo considero presunción sino ilusión. Suerte y saludos.
Jaja! Qué abuela más linda, igual que tu historia Enrique. Tiempos idos ¿no? Un abrazo y suerte!
Cuánta nostalgia, también tuve una abuela que cuando mi marido, entonces novio, visitó el pueblo por primera vez ella se fijó casi más en que tenía coche que en él.
Un abrazo