70. El trenico de Blanca Oteiza
Mi padre tuvo la suerte de poder volver al pueblo. Siempre retornaba con varios kilos de más en el equipaje: fruta, verduras u hortalizas de temporada y con fortuna, algún que otro chorizo o morcilla de la matanza. No todos tenían la oportunidad de saborear productos que en la ciudad escaseaban. A mí me gustaban los veranos, cuando acompañaba a mis padres en el trenico que unía la ciudad con el pueblo. Aún recuerdo el traqueteo que nos hacía saltar sobre el asiento de madera y el túnel que se hacía interminable donde se quedaba a oscuras el vagón. Me pasaba las vacaciones en casa de los abuelos que conservaban la casa con su huerta y unas cuantas gallinas y algún que otro cerdo. Me encantaba callejear asustando a los gatos, correr por los campos de cereal y montar en el burro de mi abuelo.
Mi padre tuvo la suerte de haber emigrado a una ciudad cercana, porque así podía salir de casa un sábado a la mañana con la maleta vacía y regresar el domingo por la tarde con la maleta bien llena.
Hola, Blanca.
Emotivo texto el tuyo. Sentimental. Esos veranos impagables, que, por ejemplo yo también viví, con mis primos en el río a peces y a ranones y a culebras de agua y hasta a pequeños galápagos. El viejo tiempo pasado que ya nunca volverá, como asegura el tango. Las eras. El trigo. Las hormigas. Los pueblos muy pueblos. El padre de tu «prota» fue un suertudo con una migración tan a la mano que le colmaba la maleta de tan deleitosas pitanzas. Esas morcillas de matanza, tan reventonas, no tenían precio. Has conseguido que vuelva muchas páginas a los inicios en el grueso tomo de mi memoria. Me has hecho feliz. Tu relato es generosamente visual y está un rato bien escrito. Te felicito con un beso de por medio.
Muchas gracias Martín por tu comentario. Como bien dices, esos días pasados ya no volverán, la vida v pasando muy rápido. Me alegro mucho que te haya hecho feliz leer mi relato, tú me has hecho feliz con tus palabras.
Un beso y un abrazo.
No hay nada como tener el pueblo cerca, qué mejor lugar para solaz y asueto de niños y aprovisionamiento de mayores, espacio ideal para escapadas estivales o de fin de semana. Un tren como medio que hace que dos mundos distintos no sean tan distantes. La historia de una inmigración, con un destino cuya cercanía al punto de salida le resta amargura. Da la impresión por el título y, sobre todo, por el tono, lleno de sinceridad y nostalgia, de que hay autobiografía.
Un abrazo fuerte y suerte, Blanca
Ángel, gracias por comentar, siempre bienvenidas tus palabras.
El trenico al que hago referencia es al ferrocarril vasco-navarro, que unia el Alto deba guipuzcoano con Estella en Navarra, pasando por Vitoria. Yo no lo conocí, pues su último viaje fue en 1967, aunque el tinte biográfico que puede tener, es porque mi padre (y mi abuelo), ambos navarros, lo utilizaron y siempre les he escuchado hablar con nostalgía de él. Podría decirse que el protagonista es mi padre.
Tener el pueblo cerca es bueno, porque como dices, siempre puedes disfrutarlo de fin de semana. Cuando las distancias son largas no puedes permitirtelo.
Un fuerte abrazo
Deliciosos recuerdos mezclados con un ligero costumbrismo y con el interés puro y duro por disfrutar gratis de algunas de las delicias que nos brinda el campo y los que nos quieren. Emotiva historia muy bien escrita, Blanca. Un saludo y suerte.
Gracias Jesús por comentar, el campo siempre brinda buenos alimentos y los seres queridos siempre te esperan con los brazos abiertos.
El relato puede ambientarse perfectamente en los años 50-60 del siglo pasado.
Un abrazo
Huele a nostalgia autobiográfica (real o ficticia) y a campo. Suena muy bien.
Gracias Edita,
He querido trasmitir ese toque de nostalgía que queda con los buenos recuerdos. Aunque yo no conocí el trenico al que hago referencia en el relato, mi padre lo conoció muy bien y me ha contado muchas historias de cuando traqueteaba por esas vías que hoy son una Vía Verde (para recorrerla a pie o en bicicleta).
Un abrazo
Ayer leí tu relato y me encantó, me dije, mañana se lo comento, al abrir hoy el Facebook me salta el recuerdo del trío con Virtudes de hace ya tres años. Lo he vuelto a releer, nos quedó chupi lerengui, como decían mis hermanas.
Se nota que te gustan los pueblos.
Mañana vienes a la capital?
Ojalá, besos
Gracias Epi por tus palabras,
Qué recuerdo más hermoso aquél trio que compartimos!!! Buen relato nos quedó.
Mañana no voy a estar en Madrid. Es una pena porque hubiera sido una gran oportunidad de abrazar a tantos amigos virtuales entecianos. Espero pueda en alguna otra ocasión.
Pasadlo muy bien los que esteis mañana en la capi.
Un besote.
Blanca, cuánta razón tienes, aquellos que migramos con posibilidad de regreso. Y lo bien que lo han pasado nuestros hijos con los abuelos en el pueblo. Toda la fuerza de tu relato se apoya en “suerte”. Pues eso, suerte con tu relato.
Muchas gracias por tu suerte y por tus palabras Javier.
Un saludo
Nostálgico y entrañable relato. Cuando las raíces siguen cerca en la distancia siempre se puede regresar para empaparte de emociones. Abrazos navideños y suerte.
Gracias Salvador.
Tener los orígenes a un paso facilita esa unión de no perder los lazos con el tiempo.
Saludos navideños para ti también.
¡Qué ternura desprenden tus palabras, Blanca! Me sugiere mucho el relato de las viandas que se traían del pueblo… Para muchos, tenían más valor, por lo extraordinarias que eran para los de la ciudad, que si se les diese una buena cantidad de dinero. Pienso que a todos nos vienen a la mente sabores de la niñez, grabados a fuego en nuestra mente, de esos platos que nos hacían nuestras madres o abuelas y que, por desgracia, no podremos volver a comer.
Un abrazo navideño.
Muchas gracias María José,todos tenemos recuerdos entrañables de la niñez que de vez en cuando afloran y es bonito recordar.
Un abrazo navideño para ti también.
Hola, Blanca.
Emotivo y con la dosis de ternura justa. Me recuerda a aquellos que emigraron con visos de volver…
Precioso.
Te deseo mucha suerte y te mando docenas de abrazos para el 2017.
Muchas gracias Towy.
Lo mejor para ti en este 2017.