24. Qué frío hace aquí, en Valladolid (Jesús Alfonso Redondo Lavín)
La abuela descolgó la camisa del tendal de la balconada de aquella casa del barrio viejo entre las iglesias Antigua y San Martín. Era navidad, una más de las que, llegados desde Madrid, Bilbao y Coruña, pasábamos con los abuelos. La camisa era una tabla de hielo; nos la mostraba y rompíamos a reír. Qué frío hacía en los años cincuenta en Valladolid.
Era un edificio de zaguán, tres pisos a la calle y dos interiores que rodeaban, con una balconada, un pequeño patio de losas grandes de pizarra que recogía las aguas de lluvia de los tejados. Cuando de joven leía a los clásicos me imaginaba las escenas en alguno de los rincones de aquel caserón.
La abuela no paraba, eran días de mucho ajetreo: firma frecuente del brasero bajo la mesa camilla, trasiego de orinales de noche y el hacer rosquillas y canutillos rellenos para aquellos lambiones.
Ah, perdón, que va de perros. Sí, en aquel patio sesteaba uno gordo y pardo al que yo tiraba proyectiles desde el balcón con mi pistola de vaquero. Lejos de amilanarse, parsimoniosamente se comía aquellas balas de plástico. El tío Antonio me dijo que vigilase dónde cagaba aquel chucho para recuperarlas.
Andaba yo preguntándome por la consigna mientras leía hasta que he llegado al último párrafo y he visto lo bien que has urdido lo de situarnos, lo de sorprendernos y lo enlazarlo todo. Suerte !!
Hola Juan Antonio. Gracias por tu comentario. Creo que deberías actualizar tu foto de perfil y el niño ya debe de estar más ceecidito.
Un abrazo.
A mí, tu texto me trae a la mente, además de la miseria de otros tiempos adobada con unidad familiar, algunas de las anécdotas que cuenta Andrés Trapiello en sus diarios: que si el frío perenne en el León de su niñez, que si nosequé de lo feo que le parecía Valladolid en su juventud, que si las visitas navideñas a sus padres. Curioso lo tuyo, por decirlo de algún modo, Jesús Alfonso. Suerte y un cálido saludo.
A mi me recuerda más a piñones y nieblas. Gracias por tu comentario.
Hola, Jesús.
Texto costumbrista el tuyo, con toda la intención del mundo en las balas del tío Antonio conectadas con el «frío» Un texto, por lo demás, formidablemente escrito: limpio y puro, como el frío de Valladolid o el amor para Armando Manzanero; despojado de adjetivos, tantas veces confundidores; desplegado con evidencias de gran riqueza léxica y semántica. Un gran relato, en definitiva. Te felicito y, para mitigar lo gélido del título, te doy, virtual pero sincero, un caluroso abrazote.
Pues muchas gracias Martín, eres un maestro elevando la moral de los amigos.
Un abrazo.
Una historia con el frío como otro personaje, un frío como los de antes, que parece que ahora ya no es el mismo, que el cambio climático nos lo ha cambiado. Un relato simpático con tu sello, que a mí se me antoja con algo de autobiografía.
Un abrazo y suerte, Jesús
Gracias por tu comentario, Ángel, tu siempre tan cariñoso con los amigos.
Si recuerdo que aquellas fuentes heladas ya no se repiten.
Un abrazo.
Pues sí que hacía frío en Valladolid, frío de corrientes de aire, ventanas mal selladas y caserones con balcones, frío de camisas escarchadas y piernas ateridas arremolinándose en la mesa camilla en torno al brasero, ¡cuántas historias se contaban entonces! Nostalgia y niñez, como la de ese niño lanzando proyectiles, se dan cita en este texto, en el que el perro, en su labor de guardián quedaba siempre para el final.
Muy bueno.
Gracias Manoli. A veces, cuando voy a Valladolid, paseo por los alrededores de la iglesia de La Antigua. Aquel caserón ha tiempo que fue derribado y hoy su zaguán esta custodiado por un portero televisor automático base de una casa de seis pisos. En prigreso que lo describía en una hermosa canción Adriano Chelentano.
Repito, muchas gracias por tu comentario.
Jesús Alfonso, impecable su narrativa, la posibilidad de interpretar ese final da mucho juego. suerte y saludos. feliz 2017
Que me vas a contar de Valladolid, Jesús Alfonso, viví toda mi infancia allí, del 55 al 61, de todas maneras a los niños el frío nos afecta de otra manera. Yo he visto a niños bañarse en la playa de La Lanzada y no decir ni mu.
He jugado a policías y ladrones apoyando nuestras manos en la fachada del teatro Pradera, nostalgia pura y dura. En aquel tiempo había poco dinero para gatos y perros que ejercieran como mascotas. Mi padre traía de Extremadura cuando iba, corderitos, pavos, perdices, tórtolas y gallinas, todos vivos que luego pasaban a mejor vida, no había tiempo para sentimentalismos ni para encariñarnos.
Un abrazo de un pucelano de adopción.
Yo también recuerdo haber pasado mucho frío, siendo niña, en mi Galicia natal. Quizás no fuesen temperaturas bajo cero pero la maldita humedad se cala en los huesos de tal forma… Tu micro, Jesús, me trajo recuerdos vividos y, además, me ha provocado una sonrisa, con tu final sorpresivo. Enhorabuena.
Un abrazo.
Muy buenas!!! El pueblecito de mi familia está a poco más de 30 Km de Valladolid (capital) y en estas fechas se te hiela hasta el pensamiento. Delibes decía aquello de ‘nueve meses de invierno y tres de infierno’ y la gente se queda con lo segundo, como si lo primero fuera algo digamos ‘más soportable’… sí sí, ya ya…
Tu relato me es familiar porque me trae también recuerdos de la infancia, y aunque nunca he vivido ‘oficialmente’ allí, siempre que regreso no tengo la sensación de estar volviendo a casa, sino de estar yéndome de casa. Y… bueno, se pasa un poquito mal.
Teníamos bichos de todo tipo, condición y pelaje: gatos, perros, gallinas, conejos, perdices… Enfrente de casa tenían hasta caballos y también aguiluchos, halcones y similares. ¡Será por bichos!
¿Hace falta añadir que me ha gustado mucho? A veces es una pena que tengamos que ceñirnos a sólo 200 palabras, y esta es una de esas veces. Vaya, que no sé si felicitarte o darte las gracias. Lo dejamos en 50-50, ¿te parece? 😉
Texto costumbrista, bien armado y que huele a biografía de un recuerdo de niñez.
Muy bonito. Un abrazo
La casa de los abuelos evoca el retorno a la mitología de la infancia, a los rituales perdidos que la memoria recrea con una belleza cautivadora gracias a un texto preciso y de léxico preciosista. El epílogo no solo justifica el relato, sino que abre la caja de las sabidurías olvidadas de los abuelos. Magistral. Saludos.
Busco poder soltar algún comentario que deshaga la unanimidad en todos los anteriores al mio, pero no consigo entresacar nada negativo de tu escrito. Y no me mueve la mala leche ni la envidia, no van por ahí los tiros. El pensar que recibes siempre alabanzas y aplausos me convence de que tiene que acabar siendo aburrido. Y reflexionando me doy cuenta de que lo que intento es hacerte un favor al fin y al cabo. Pues eso, que no lo consigo. Lo dejaré para mejor ocasión. Hoy sigo con mi admiración a todo lo que escribes.