34. Al caer la noche
El viejo parecía demasiado orgulloso. No se le conocía trabajo, no recibía visitas, no hablaba con nadie… Apenas salía de su habitación del patio de vecinos, excepto a veces, al caer la noche. Un par de horas después, solía aparecer cargado con una pequeña bolsa y volvía a introducirse en su habitación hasta el día siguiente. Por la mañana temprano salía al patio, encendía el fogón y cocinaba siempre en silencio. El buen olor de sus guisos se extendía por todos los rincones. No era problemático, pero ese comportamiento tan huraño resultaba desagradable para los demás vecinos. También debía resultarle desagradable a los gatos que cada noche deambulaban por los tejados; de hecho, cada vez veíamos menos…
Hola, José Luis.
Un texto, que sobre bien escrito mantiene la tensión narrativa de una manera proverbial: cuando caerá la breva, y vaya si salta la liebre. Al final, en las últimas palabras, con la ´frase lapidaria, como en este tipo de cuentos, construidos de menos a más, que aspiran a la sorpresa. Juan, el maestro del don, ha encuadrado tu texto donde cabe: dentro del tremendismo. Muy enhorabuena. Un abrazote.
Hola Martín. Gracias por tu comentario. Cuando tenga un poco de tiempo comenzaré a leer. Mientras tanto, recibe un abrazo.
Qué buena esa sorpresa final, tan resolutiva después de la nítida escena que nos muestras desde el principio, José Luis. Enhorabuena y suerte. Un saludo.
Hola Jesús. Me alegra que te guste. Un saludo y ambién te deseo mucha suerte.
Hola Juan. Me alegra que sea tu agrado. Un saludo