57. MANOLO (Antonio Toribios)
Con la muerte de Manolo, a mi madre se le abrieron los ojos a otra realidad, y dejó de lado las veleidades de la infancia para embarcarse en la vida de verdad. Mi madre era de largo la más pequeña y entonces no había juguetes como ahora. Manolo fue para ella compañero de juegos y bebé improvisado. Con la hermana mayor ya casadera y la otra en la escuela, ella tenía desde por la mañana temprano todo el tiempo del mundo para arropar a su Manolo, darle de comer y atusarle amorosamente los bigotes. Pero, la cabra tira al monte, y a Manolo no se le ocurrió sino irse por los gazapos de Saturnino que, a la postre, era alcalde del pueblo. En tres días había matado dos, y no era cuestión de tentar más la suerte. Así que mi abuelo convidó a tres o cuatro, incluido como no el propio Saturnino, y dieron buena cuenta del minino. No eran tiempos aquellos de andarse con bobadas. Mi madre lloró la pérdida unos días, pero acabó riéndose del tonto de Ciriaco, que hasta que oyó maullar con sorna al abuelo creía que estaba comiendo liebre.
En el año del hambre, como decía mi padre, no se le hacía ascos a nada. «Contra el hambre no hay pan duro», otra frase que ilustra la necesidad y la adaptación. Un gato puede ser tan comestible como un conejo o liebre, de hecho, físicamente, una vez presentados (o emplatados, como se dice ahora), se parecen mucho. Antes comerse al responsable de conflicto seguro que enfrenarse a él.
Un abrazo fuerte, Antonio. Suerte
Hola, Antonio.
Y encima de la pérdida le tocaría cocinarlo a la madre. No quieres lentejas… La realidad se impone siempre o casi a nuestros deseos y sentimientos y necesidades. No eran tiempos de andarse con bobadas, no, con la autoridad y con las tripas vacías, o medio pensionistas. me gusta mucho tu propuesta y la encuentro muy bien escrita, con esa fluidez con la que el idioma parece que se desliza, en patines, sobre una pista de hielo fulgurante. Un abrazote.
Una historia dura, Antonio, como los tiempos en la que se enmarca.
Espero que no tengamos que volver a ellos (aunque somos afortunados, algunos ni gatos tienen para comer). Un texto costumbrista, que termina con la sonrisa de la protagonista y del lector, aunque ¡pobre Manolo!
Un abrazo, Antonio.
Nos llevas a esos penosos tiempos que tuvieron que sufrir nuestros abuelos. Se comía lo que se podía. Por otro lado, para ellos los animales eran eso, animales, no mascotas. Pobres de los niños que les cogieran cariño a un conejo o a una gallina… Suerte, Antonio. Un saludo.
Muy triste, Me ha conmovido.
Suerte y un saludo
A mi me pareció preocupante el dato de Saturnino, señor alcalde. Menos mal que el dueño del felino supo arreglarlo.
Bueno. Ahora en serio, me encanta Antonio. En mi pueblo, donde la hambruna fué importante, aseguran que se comieron muchos bichos.
Trasladado a aquellas tristes épocas, totalmente creíble. Y con un punto de humor que ha hecho el guiso aún más exquisito.
Muy guapo, paisano.
Gracias por vuestros comentarios. Me salió la cosa así al pronto, basado en hechos reales, que se suele decir; es decir como todo en literatura, afeites estilísticos aparte.
Tan duro como bueno. Foto en blanco y negro de lo que fue y que aliñas con gran realismo. Suerte !!
Cómo me recuerda este cuento a otras historias de viejos que contaban como ciertas. Y que seguramente lo eran…
Gracias, Juan Antonio y Edita. Todo lo que se cuenta es cierto de alguna manera, y si no merecería haberlo sido…
Antonio, con tu relato llevas a recordar la voz de los mayores, contaban esas historias, con imagenes ritmicas y sencillas. Bien contado. suerte y saludos. Feliz 2017
Un relato en blanco y negro, Antonio. Frases sencillas, bien engranadas, que van componiendo el retrato de una época. El maullido con sorna hace encajar todas las piezas.
Suerte y abrazos,