109. El gato de Raimundo
Todavía me río al recordarlo huyendo escaleras abajo con el gato. Fue por mi noche de cumpleaños. Raimundo Cantalapiedra apareciendo con un magnífico regalo envuelto en lila, tras haberme dejado plantada días antes con una amiga en común a quien denominaba “la putita esa”. Aún me hace gracia. Se quitó el sombrero de Armani. Desenvolvió el gato. Lo puso sobre la mesa, dijo “miau”, y el peluche le imitó. Yo aún aguardaba alguna disculpa. Nada. Algún topicazo de cumpleaños, y poco más. Hasta el gato había enmudecido. Y entre tanto silencio, observé al peluche y descubrí el regodeo. Para entonces su mano buscaba ya mi trasero; y también mi perdón, ahora. Que perdonar refuerza mucho la autoestima, decía. ¡Qué gracia! Sonaba filosófico. Un refuerzo para mi autoestima, vacía como un pollo destripado. Preferí dejar a la pobre tranquilita. Aparté su zarpa de mi culo, y le pregunté si había liquidación de gatos. Sonrió, debió atisbar algún preludio de reconciliación. Salió a toda mecha con su gato, se lo merecía. “Tráeme uno real, diputado”, le grité. Qué creía. Que debemos reírles las gracias cuando a ellos les dé la ventolera. Como si no supiera que “la putita esa” tenía otro igual.
Divertido relato, José Luís. Pero seguro que el diputado Cantalapiedra, que no debe ser tonto, encontraría otra putita a quien regalarle el peluche.
Felicidades y suerte.
Tienes razón, Rafa, de esos no hay ninguno tonto. Al revés, se pasan de listos. Gracias por leerlo.
Hola, José Luis.
Tu texto destila un humor muy sutil, muy fino, y muy irónico también que podría ponerse en parangón con el los grandes maestros que hemos tenido en su manejo, un Miura, Un Tono, Un Camba, un Jardiel. Cómo son los señores diputados, cómo se las gastan. Pintas una peripecia a la altura de la de esos monstruos sagrados. Los que han tocado poder o está a punto de hacerlo se creen que las mujeres son unas lelas. Y mira tú, hasta las «lumis». Y las lumis, las putas, son más largas que un día sin pan, como se decía antes. Cómo son los poderosos de avasalladores, no se toman la molestia de buscar un regalo acorde, todo en ellos es seriado como su mente estrecha y su argumentario nada convincente y repetitivo. En tu texto hay metáforas afortunadas y golpes que mueven al descojono. «Dijo miau y el peluche le imitó», yo lo transcribo a mi manera. «Sonaba filosófico». «si había liquidación de gatos». En fin, que tu texto me subyuga. De modo que te doy mi gran enhorabuena, una enhorabuena máxima, de campanillas.
Espero que te gustase la «chapa» en respuesta a tus inquietudes acerca del papel de los animales de compañía, que darían para una tarde de cafés y a una cena ligera luego rematada con una o varias copitas de lo que fuera. Un abrazote.
De “chapa” nada, Martín. Al contrario, eso demuestra que te has parado a leerlo buscándole el juguillo gatuno, aunque el animal sea sintético y se limite a contestar «miau» al diputado. Un placer oír tus sabios juicios.
Algunos hombres son así, piensan que pueden ir y venir, hacer y deshacer a su antojo, comprar cualquier cosa, que el poder les hace irresistibles. Necesitan un toque de atención para que no olviden que todo el mundo tiene su dignidad. A costa de una reacción que Raimundo no esperaba, la protagonista, que es también narradora, ha rellenado su autoestima, hasta entonces destripada, ese ha sido su verdadero regalo de cumpleaños y no un gato con maullidos enlatados que responde a la voz de su amo.
Un relato valiente, donde se llama a las cosas por su nombre, un homenaje a la sana rebeldía de los humildes.
Un abrazo y suerte, José Luis
Donde las dan, las toman, suele decirse. Aquí, este refrán parece venirle al pelo al ¿pobre? Raimundo. Nos dejas una anécdota que, en su mundanez, parece repetirse en entre algunos hombres y mujeres: Aquel que actúa mal y, sin ánimo de reconversión, se cree que con una chuchería y sus palabras vacías puede solucionarlo. Suerte y saludos, José Luis.
José Luis, qué buena tu historia y alguno de sus pareafos fenomenales¡¡¡¡ Suerte y saludos
Cuando uno se cree por encima del bien y del mal, y toma las emociones a su antojo sin importarle las consecuencias, no merece segundas oportunidades. La protagonista se ha hecho el mayor regalo, una lluvia de autoestima. Abrazos y suerte, José Luis.