110. AYUDA CON PARTIDA
Aquella mañana, Pingo vino a despertarnos sobresaltado: ladraba y movía el rabo sin parar. Salimos de la cama al unísono y echó a correr. Lo seguimos. Nos condujo a la cocina. Allí, mi marido y yo nos encontramos desayunando a nuestro hijo Antonio y a otro joven idéntico a él, ¡y era imposible distinguirlos…! El de la izquierda se levantó, nos dio un beso y un «buenos días» -lo abracé-. El de la derecha siguió sentado, mojando galletas en la leche, como si no hubiera nadie más allí. Entonces, me acerqué sin que me viera, pegué mi mejilla a su mejilla y lo rodeé con mis brazos, con el respaldo de su silla haciendo de parapeto. Segundos más tarde, mientras el otro Antonio recogía la mesa y sacaba a pasear a Pingo, fue a colocarse mejor el tupé. Al terminar, vino al vestíbulo, se subió a la espalda del Antonio que ya había vuelto de la calle y esperaba con la mochila con los libros colgada, y marcharon hacia el Instituto.
Con la puerta abierta de par en par, observamos cómo se alejaban… Pingo y mi marido, perplejos. Yo, sonriendo, feliz de ver a Antonio cargar con nuestro hijo.
Hola, Gabriel.
Me gusta lo bien que juegas con el título a adentrarnos en el relato y lo mucho que tiene que ver con él, con lo difícil que es encontrar un buen título. Luego me gusta la tensión narrativa que creas al principio para que nos adentremos en la lectura del texto. Y luego lo estupendamente que juegas con el desdoblamiento del hijo, real o figurativo, que les ha salido a los padres. Los hijos pequeños constituyen una bendición a la par que una tremenda carga y a esta mujer, tan necesitada de ayuda, le han venido a echar una mano. O a su marido este gemelo nacido, aparecido por arte de birlibirloque (de todos modos hoy los críos se parecen unos a otros que no veas…) Seguramente la necesidad de refuerzos les haya hecho ver lo que no había. De cualquier modo, el relato me encanta. Enhorabuena. Un abrazote.
Hola, Martín.
Me alegro mucho de que te haya gustado.
Parece que el hijo empieza a madurar… Al menos, ya muestra otra cara.
Muchísimas gracias.
Un abrazo.
Me gusta tu relato, Gabriel. Introduces, como quien no quiere la cosa, un elemento como de realismo mágico, que solo la madre alcanza a comprender. Incluso el perro, que, según dicen, siguiendo su instinto sería el más indicado para intuir ciertas cosas «extrañas», se queda perplejo, al igual que el padre. Suerte y saludos.
Los cambios para bien siempre son posibles y este adolescente se ha puesto en camino…
Gracias por tu comentario, Jesús y mucha suerte para tu relato de humor muy negro.
Saludos!
Nadie sabe de dónde ha salido. El perro, más avispado que nadie, ha sido el primero en detectarle. Vaya personaje servicial ese clon del hijo Antonio, quien, por otro lado, se ve que va más a lo suyo. A ese muchacho es posible imaginarle adolescente; en esa etapa en la que nada parece claro y se navega entre diferentes extremos, puede tener dos personalidades opuestas y hasta más.
No sé si lo pretendías, pero pienso que has logrado hilvanar un relato de lo más curioso, diferente, que de verdad, llama la atención.
Un abrazo y suerte, Gabriel
Hola, Ángel.
Me alegra que el relato te llame la atención y lo consideres diferente.
Con eso me doy por satisfecho.
Muchas gracias y mucha suerte para ti también.
Un abrazo.
Gabriel, me lleva esta lectura al realismo mágico, es original y graciosa. Suerte y saludos
Muchas gracias, Calamanda.
Suerte para ti también.
Saludos.
No acabo de entender tu relato. Veré que te dicen los compañeros. Bien, entendido. Me hubiera gustado más si en vez de subirse a su espalda se fueran juntos o se volvieran uno. Pero sí, está muy bien (una vez entendido) como reflejo del tránsito de la adolescencia a la madurez, y que tenga que llegar encima al adolescente. Venga, suerte.