139. El chucho y la niña bien
De entre todos los rasgos físicos disponibles en los infinitos cruces que habían dado lugar a aquel chucho, las reglas de la herencia genética parecían haberse confabulado para adjudicarle justamente los menos bonitos. Tampoco le beneficiaba mucho su pelaje sucio y tiñoso, ni el sinfín de heridas y cicatrices que tenía en su flaco cuerpo, y mucho menos el chaparrón que le había caído encima momentos antes de que aquel Rolls Royce frenara en seco para no atropellarlo.
Vestida con su uniforme del colegio mayor, Candelaria estaba ahora frente a él tras haberse bajado del coche. Casualmente ella deseaba tener un perrito desde hacía tiempo, aunque había pensado en uno a juego con su lujosa realidad, y no en algo como lo que tenía delante. Aún así permaneció un buen rato allí, mirando pensativa cómo temblaba, observando su mirada suplicante… Porque hay que decir que Candelaria, bajo su apariencia frívola, atesoraba virtudes y valores más que suficientes para que esta historia acabara bien. Sin embargo decidió regresar al vehículo y ordenar al chófer que continuara.
Camino de casa, toda su riqueza interior palpitaba desbocada bajo la superficie. Pero sus bien cuidadas uñas ni nunca antes ni tampoco ahora quisieron rascarla.
En el caso de la niña bien parece que también la herencia, no solo la genética, es la que le ha impedido actuar, a pesar de sus dudas, como lo haría una persona de bien. Aún deberíamos dar gracias de que no le ordenase al chofer atropellar al pobre chucho. Buen relato, Enrique. Suerte y un saludo.
En efecto, Jesús; heredamos también un modo de vida, y en el caso de la chica parece que el suyo le ha hecho tomar una concepción errónea de la realidad, por más que tuviera «prestaciones» de verdadero provecho ocultas; si no no se explicaría que abundara tanto ese prototipo de persona superficial en ciertos estratos sociales.
Muchas gracias.
Un saludo.
Hola, Enrique.
Planteas un buen choque de trenes entre la superficialidad y la riqueza interior en la protagonista, Candelaria, una niña bien. Una niña mal, pues sus dudas, qué bueno es que un personaje dude, cuánto interés le confiere a la peripecia, se decanta por lo que ha mamado. El texto tiene una gran estructura. Y el final está lleno de acierto literario. Mi muy enhorabuena. Un abrazote.
Me encanta la lectura que haces del relato, Martín, y también eso del choque de trenes (en mi cabeza había una imagen parecida a esa cuando trataba de dar forma a la idea). Agradezco mucho tu opinión, sobre todo porque no estaba muy seguro de haber acertado en ciertas cosas que precisamente tú valoras positivamente.
Muchas gracias por todo.
Un abrazo.
Me has puesto triste, Enrique. Me estoy imaginando la mirada del pobre animal, haciéndose ilusiones!, y la pobre niña rica, sin decidirse, y arrancando su coche en dirección contraria, por la frivolidad de sus uñas. Un original remate para la historia.
Un abrazo.
No sé por qué, pero estaba decidido desde el principio a dar un final triste a la historia. El caso es que en esta vez se ha impuesto esa misantropía que siempre llevo dentro en perenne disputa con su contraria.
Me gusta que te parezca original el desenlace.
Muchas gracias por todo, María Jesús.
Un abrazo.
No sólo esta niña bien, todos tenemos mucho dentro, otra cosa es que sepamos o queramos que vea la luz. En muchas ocasiones el camino más corto, lógico y llevadero no coincide con el correcto. Tener más tampoco lleva una mayor generosidad implícita. El título, en su sencillez, tiene un algo que llama la atención, además de entroncar bien con el texto. Las últimas dos líneas suponen una frontera entre lo que pudo ser y lo que se terminó siendo. Quizá, haber recogido y acogido a aquel pobre animal, podría haber sido el principio de un vuelco significativo y provechoso en esa muchacha, para ella y para los demás.
Un abrazo fuerte, Enrique. Suerte
Como es habitual en ti, haces un perfecto análisis de la historia con tu comentario. Como bien dices, nuestra actitud no siempre responde a lo que llevamos dentro, y en ese dejarnos llevar por el camino más cómodo y corto, lo más normal es que vayamos empobreciendo nuestra existencia paulatinamente. Como decía a María Jesús, esta vez se ha impuesto esa faceta misántropa mía, aunque quizá en el fondo lo que quería decir es que todos tenemos algo positivo en nuestro interior, y que no siempre somos completamente culpables de que nunca llegue a aflorar.
Muchas gracias, Ángel
Un abrazo.
Fabuloso, Enrique. Me encanta cómo has llevado la historia, y su estructura, en la que al final del segundo párrafo te sales de la escena para analizar el interior de Candelaria, como buen narrador omnisciente.
El final, imprevisible y fantástico.
Una vez más, me quito el sombrero ante ti. Enhorabuena y un beso.
Me abruma tu generosidad, Asun, aunque reconozco que me ha dado mucha satisfacción leer tu comentario, en especial porque razonas muy bien tus halagos, haciendo que yo vea con otros ojos lo que en algún momento pensé que podrían ser estridencias. Lo cierto me ha costado más de lo que pueda parecer dar forma a este pequeño relato, y creo que es porque lo empecé por donde no debía y llegó un momento en que casi abandono.
Muchas gracias por todo.
Otro beso para ti.
El perro se le había ofrecido como una oportunidad de resquebrajarse las uñas y avanzar como persona. Genial relato que nos hace reflexionar sobre la frivolidad y sobre los valores que nos hacen realmente ricos. Abrazos y suerte, Enrique.
Eso es, Salvador. Sobre todo quería utilizar la historia para eso, para reflejar algo que siempre he pensado, y que no es otra cosa sino que en el fondo todos somos bastante parecidos, pero que las circunstancias nos moldean hasta convertirnos en seres muy diferentes a juzgar al menos por nuestra conducta. Esa oportunidad a la que aludes, para mejorar, seguramente se nos presenta a diario, pero la ignoramos.
Muchas gracias.
Un abrazo.