113. Bolívares
Todo comenzó cuando tomé aquel tren nocturno. Había un único asiento disponible junto a un tipo ojeroso y desalineado. El susodicho me confesó que le pagaría un millón de dólares a quien fuera capaz de darle una mano. “Si no es nada ilegal, cuente conmigo”, le dije socarronamente. “Ciento por ciento legal”, me respondió, y entreabrió la maleta que llevaba sobre sus rodillas. Estaba atiborrada de dólares. Nos miramos por un instante, y el tipo me pasó la maleta y se marchó. Desde entonces todas las mañanas despierto en un tren distinto, en una ciudad distinta, en un país distinto. La maleta me proporciona todo lo que necesito: dos mudas de ropa, un cepillo de dientes, una vianda. Incluso algo de dinero chico. Pero del millón de dólares ni noticia. Supuse que el truco radicaba en la ardua tarea de ahorrar el dinero chico. Lo que nunca supuse es que la maleta entraría en un caprichoso bucle por aquel país y que me obligaría a ahorrar en su moneda.
Gabriel, rocambolesca y original historia de timos y viajes, bien contada, Suerte y saludos