114. Una horquilla de avellano
Le recuerdo caminando como caminan las montañas. Su corpachón, espigado y enjuto, se apoyaba cuidadosamente en cada pie, siempre a punto de derrumbarse. El adulto que ya había en el niño que yo era, sentía temblar el suelo a su paso y sospechaba que aquel hombre olía como debían oler las desconocidas montañas: a tiempos antiguos, a nieves perpetuas, a musgo y rumor de viento entre las ramas.
Era el zahorí montaña. Una horquilla de avellano recorría la región. La horquilla buscaba agua mientras el zahorí montaña buscaba dinero, el que le darían los campesinos siempre que la madera de avellano bailara, marcando el lugar preciso donde el fluido salubre que derramaban los cuerpos siempre sedientos se convertía en un sucinto manantial de agua dulce. Solo entonces, entre refunfuños, las monedas cambiaban de mano, del valle árido a la montaña zahorí.
No puedo olvidar el verano que dejó de venir. Ya nunca volvió el olor a montaña. En cambio, un viento suave trajo el aroma olvidado de la tierra mojada. Luego, gruesos goterones borraron el polvo de los caminos. Finalmente, el diluvio llegó para quedarse.
Me gusta el carácter mágico y poético que rezuma tu texto, mezclado hábilmente con un aroma popular muy atrayente. Enhorabuena. Bienvenido a ENTC, Adamsberg. Saludos y suerte.
Al igual que Jesús, a mí también me ha cautivado tu lenguaje, la magia del zahorí, al margen de sus artes, combinada con la montaña y el magnetismo del agua.
Bienvenido.
Un relato de recuerdos nostálgicos con la misteriosa figura del zahorí como hilo conductor. Enhorabuena
Buenas noches.
Ante todo os quiero agradecer vuestra bienvenida a ENTC.
Después de algún tiempo dudando, por fin decidí asomarme a este bonito universo que compartís.
Es la primera vez que muestro algún relato «en público» y se agradece mucho tan buen recibimiento.
Un saludo y nos leemos.
Francisco, original y mágico viaje final, parece que no retorno, y final feliz, a medias, por eso del dilubio. Suerte y saludos