11. Fado y el sol
Todas las tardes a las ocho en punto, cuando el sol adivina próximo su declive, el impaciente portugués sale al balcón y comienza a tocar un fado. Entonces, y también como cada tarde, la hermosa mujer de gallardo taconeo pasa por delante del lusitano, que en la oscuridad de su ceguera hace enmudecer el desgarro del instrumento. Solo en ese preciso instante, y si acaso tributamos la atención requerida, podremos escuchar lo que el astro rey tiene a bien decirle a su vespertino camarada:
-¡FaDo!
-¿Sí, Sol?
-¡MíReLa!
Son pocas las palabras y siempre las mismas; siete sílabas, siete notas indivisibles. Suficientes para conseguir que durante el levitar de un suspiro la plaza al completo cese en sus quehaceres.
Se preguntarán que cómo puedo saberlo. Lo sé, sencillamente, porque yo también me detengo a mirarla.
Muy ingenioso y original me ha parecido tu relato. Además, como músico aficionado y amante de la saudade portuguesa y de su música, me llega al alma. Lo que no consiga una melodía… Suerte, José Ramón. Un saludo.
Muy original. Suerte!!!!
José Ramón, si, el poder de la musica es increible. Bonita historia. Suerte y saludos
Melodía de una visión seductora y que a los ojos en busca del placer ni el sol ciega. Original y armónico relato, José Ramón. Abrazos y suerte.
Me he RELAMIDO de gusto al saborear tu RELAto, jeje. Enhorabuena, un texto genial!!
Son solo siete notas, sí; pero qué bien suenan.
El mundo entero detenido en siete notas. Muy buena escena.
Suerte y abrazos