59. Titanic
Las cuerdas del violín relucían en la noche cerrada. A pesar de tener el cuerpo entumecido por el frío, toqué para Suzanne por última vez. Mis dedos ardían, bordaban los trémolos, hilvanaban los arpegios.
Antes de que el inmenso navío se hundiera, ensarté suficientes estrellas con el arco como para hacerla un collar, dos pulseras y tres pares de pendientes. Después dejé de tocar.
Alcancé el fondo del mar por la inercia de mi peso. Estuve allí un tiempo dando vueltas, deambulando entre corales y crustáceos, esperándola. Mientras ella llegaba, recogí perlas enormes y algunos doblones de oro escondidos en viejos navíos de madera. Mientras ella llegaba, fui acumulando un tesoro que no pude guardar e invertí en un flamante barco.
Mientras ella llega, he vuelto a reunir a la vieja orquesta y cada noche cerrada desde la cubierta de mi barco interpretamos el mismo programa de nuestra despedida, esperando que la melodía la traiga de vuelta. Pero ninguno de los rostros desencajados de los pasajeros que viajaban en los transatlánticos que nos hemos cruzado hasta ahora ha resultado ser el suyo.
Antonio, cuanta esperanza en esa espera, casi mágica, suerte y saludos
Muchas gracias, Calamanda. Un abrazo!
Me gusta tu historia y la forma en la que nos la haces llegar, con esos toques oníricos, terroríficos y fantasmales pero, a la vez, muy sugestivos. Y lo envuelves todo con unos toques casi de poesía y con mucha imaginación. Enhorabuena, Antonio Diego. Suerte y saludos.
Muchas gracias, Jesús. Un abrazo!