76. La tristeza del payaso
Abren la puerta. Olor mezclado de cafés, hamburguesas y soledad.
Me ciega el inmortal flash de una cámara.
Ruidos de máquinas trabajando, palabras enredadas entre conversaciones y el tiempo hundiéndose en cada baldosa del suelo.
Me bebo el café que empieza a apagarse como mi sonrisa y la de ellos.
Todos miran a la nada, al vacío, al hastío de lo cotidiano.
Nadie se fija en un triste arlequín de calle. ¿Importamos a alguien?
Las cafeterías son oasis, paréntesis de nuestro día a día. Descansos a los que solemos acudir para desconectar de las realidades externas.
Un instante y el mundo cambiará para ellos y para mí.
Lugares de preguntas y reflexiones de vida. Lugares dónde se inician historias y se acaban amores.
Dejo el precio del café en la barra y me levanto. Una señora me observa disgustada. Mi hedor.
La puerta se cierra y miradas externas dudan sobre la conveniencia de entrar, recuentan monedas o siguen su curso.
Nadie desconfía de un payaso, salvo un niño asustado y sensible.
Camareros, camareras, siervos de nuestro afortunado descanso recorren el local con sonrisas comunitarias y globales.
Presiono el detonador oculto en mi traje. Todo desaparece engullido por la explosión.
Sonrío.
Muy fuerte Marcel. Genialmente escrito. El antes y el después separados por un terrorífico instante.
Me ha gustado mucho.
Besitos.
Gracias Maria José por detenerte y opinar. Encantado que te haya gustado.
Un abrazo,
Marcel Gris
Marcel, se siente ese ritmo especial que avisa sobre algo que va a ocurrir. Suerte y saludos
Hola, Calamanda,
Gracias de nuevo por detenerte, leer y opinar y por los deseos mostrados.
Un abrazo.
MArcel Gris
Vaya, tenía un as en la manga… Un castigo excesivo a la indiferencia.
Hola Edita!!!
Gracias por detenerte y leer. Gracias por tus palabras. Sí, la verdad es que tenía un as terrible guardado en su interior.
Un abrazo.
Marcel Gris