123. Vive (Joel González)
Eli llegó a nuestra vida entre gritos y sin preguntar. Yo apenas pasaba la veintena y su llegada era una desgracia para mamá.
—¿Cómo vas a acabar medicina con una hija? —me decía.
No lo hice. Sus ojitos me enseñaron que todo lo que siempre me había faltado estaba en aquel bebé que hacía pompas de saliva y alegría. Los años la convirtieron en una rizosa pequeñaja de mirada azabache con unas ganas tremendas de aprender y vivir. Un día me dijo:
—Papá, quiero dibujar.
Y yo, que no había cogido un pincel ni para limpiar el polvo, me apunté a clases con ella. La imagen más bonita que me queda ocurrió una mañana en el campo, cuando la vi corriendo delante de un caballo negro y mirando hacia atrás para poder dibujarlo.
Dos años más tarde la leucemia la encerró en una habitación de hospital donde perdió las ganas de dibujar, la sonrisa y, finalmente, la vida. Desolado, esparcí sus cenizas en los sitios que más le gustaban y metí un poco en una lata de pintura negra. En las noches siguientes pinté aquella imagen en las esquinas de la ciudad, para que Eli pueda seguir viviendo.
Madre mía ¡qué buen texto! Muchas felicidades.
¡Vaya! Muchas gracias por tus palabras. Me alegro de que te gustara.
Seguir viviendo a través de los recuerdos de los seres queridos es una bonita forma de pervivir. Bonita propuesta Joel.