128. El peso del sol
Sé que mi sombra me pertenece tanto como todos los sueños a los que me abrazo, y que se siente traicionada cuando uno a uno se van diluyendo en la realidad. Por eso, para escapar de tristezas pasadas, deja de acompañarme, y yo dejo pasar los días por inercia mientras vaga sin rumbo disfrutando de esa felicidad vulnerable a la que ya he renunciado. Hasta que abrumada también ella por el peso del sol que trata de fijar su silueta, cada vez más negra y densa, detrás de mí, se debate entre seguir soñando o despertarse, como si creyese que fuese posible decidir. Y cuando echo la vista atrás la veo agazapada en cualquier esquina con sus pies orientados hacia al futuro al tiempo que mira la última de nuestras desilusiones, sabiendo que si se queda ninguno de los dos volverá a ser nunca la sombra de lo que fuimos. Pero siempre regresa para escoltarme —qué puede hacer ella frente a la luz del sol—, siempre regresa a la fragilidad de mi cuerpo, al lugar al que le corresponde. A su prisión.
Ooooh, maravilloso relato. He saboreado cada palabra, qué bien elegidas. Gracias por compartirlo, Rafa.
Muchas gracias por tu comentario, Belén. Es un estímulo que algún relato nuestro llegue a los lectores.
Un abrazo.
Estoy muy agradecido por tu valoración, Juan. Cualquier cosa que diga no podría hacerle sombra. La canción, preciosa; el vídeo oficial, en blanco y negro, impresionante.
Un abrazo desde Marte, por lo menos.