46. Naufragios
Fui su sirena y no tenía que esforzarme. Nadábamos en el mismo agua; las corrientes abisales nos llevaban a retozar en los bancos de coral. Trenzados entre sargazos nos cruzábamos en la singladura matutina con ondinas y ninfas nacaradas de cabellos medusa. Pero sus ojos de Neptuno enamorado nada más seguían la estela de mi aleteo sinuoso. Recorrimos a dúo los siete mares, descubrimos cuevas de piratas, robamos de sus baúles rebosantes las perlas negras, nos emborrachábamos de burbujas de ola. Vestida de posidonia y escoltada por un banco de emperadores apareció un día cualquiera una nereida que le nubló los sentidos. En la deriva perdí casi todas las escamas. Aprendí en la calma chicha a quedarme en la orilla; me entretenía con las doradas, jugaba al escondite con los hipocampos, a veces buscaba caracolas en los fondos marinos, pegaba con espuma estrellas de cinco puntas en un libro de sal, escribí poemas en la arena, redacté la enciclopedia del mar. Desbravado y manso, con ojitos de tritón volvió después de la tempestad a buscarme y no quise. Yo ya era otra.
Los sentimientos pueden elevarnos a las más altas cotas o hacernos caer a las profundidades abisales. El detonante de un corazón roto es capaz de quebrarlo todo y dwstrozar paraísos. Un golpe tan duro no es facil de recomponer.
La historia es buena y la forma de contarla un deleite.
Un abrazo y suerte, Mei
Gracias, Ángel. Tu comentario también es un placer.
Bonito relato. Me gusta la forma de contar tan descriptiva y el final del Desbravado me encanta.
Abrazos marinos.