EL RIO QUE FLUYE POR EL SENDERO, MUEVE EL MOLINO
Personas a las que deseo volver a encontrar, lugares a los que quiero regresar. Ese es el resumen de mi visita al Sendero del Agua, y mi estancia en el Molino de Bonaco.
Llegamos al Molino para disfrutar del premio de la primera convocatoria de este entrañable concurso, con un equipaje lleno de buenas expectativas que se vieron superadas con creces. Vino a recibirnos Rosa, la propietaria, y su calidez igualaba a la que yo había imaginado para mi Anjana. Luego, al conocer a sus hijas, pudimos comprobar que la amabilidad formaba parte de su herencia genética.
El lugar no puede ser más hermoso y tranquilo. Sus cuatro preciosas viviendas, que forman una especie de aldea de cuento, aparecen diseminadas en un extenso jardín de árboles de variadas especies y atravesado por el río. Es tal la calma allí existente, que se puede escuchar el rumor de la caída de una hoja.
Esa tarde, compartimos café y conversación sobre cuentos y proyectos con Jams y Mary (amiga y representante del Molino en el jurado del concurso), que vinieron para saludarnos.
Al día siguiente devolvimos la visita para conocer El Sendero.
Ubicada frente a la sierra del Escudo, la casona de piedra restaurada con mimo por sus dueños, en dónde cohabitan los apartamentos rurales con su vivienda particular, se asoma a un panorama de extraordinaria belleza. Al fondo, la montaña se nos mostraba cubierta con una txapela de nubes oscuras que contrastaba con el verde del paisaje.
Hospitalarios y afectuosos, Jams y su mujer, Curra, nos contaron la historia de su aventura, nos mostraron orgullosos sus famosos arándanos, sus seis variedades de manzanos, sus todavía enclenques nogales…y nos condujeron al lugar que da nombre a la extensa finca: El sendero del agua.
Bordeando el arroyo, el camino frondoso recreado por Jams, ofrece un paseo mágico. Allí residen seres mitológicos escondidos entre el paisaje, un pequeño tejo que concede los deseos a los visitantes que lo adornan con un lazo, y el sonido perenne del agua. Todos ellos, confabulados con sus dueños, consiguen trasladarnos al interior de leyendas antiguas creadas por pueblos que habitaron parajes semejantes.
Más tarde, compartiendo sidra marca de la casa y una charla como si nos conociéramos de toda la vida, llegó la noche sin apenas darnos cuenta.
Escudo se llama el río y también: amistad, esfuerzo, hospitalidad…y tantas otras cosas que comparten El Molino de Bonaco y El Sendero del Agua.
Gracias por dos días inolvidables.
Paloma Casado.
Paloma, qué bonito contado. Además de una buena escritora y cuentista eres una excelente publicista.
Me has puesto los dientes largos. Una maravilla de descripción ambiental y llena de carga emotiva.
He disfrutado del lugar leyéndote. ¡Habrá que ir!
Besos envidiosos.
Amparo Martínez Alonso
Preciosa serenidad que destila tu crónica.
Dan ganas de ir ya, antes de que algo se estropee. Lo cuentas tan bien que casi se siene el rumor del río.
Mi enhorabuena y un fuerte abrazo
Precioso relato real, Paloma. ¡Casi nos pudimos imaginar tus palabras!.
Un abrazo:
Eva Castro
Dan ganas de salir corriendo a verlo. Preciosa descripción.
Preciosa crónica de un lugar que parece encantado. Desde que prometí una visita por aquellos lugares, ha pasado mucho tiempo, pero no el suficiente para que no se haga efectiva.
Magnífica reseña rural, Paloma.
Un abrazo a todos.
Paloma, magnifica experiencia y acogida; como no podía ser de otra forma. Hasta otra.
Qué crónica tan atrayente, si dan ganas de ir allí ahora mismo. Y yo que todavía no conozco el norte de España. Mucho me queda todavía por conocer. Y El Sendero y el Molino están entre mis prioridades.
Enhorabuena por esa maravillosa experiencia que describes.
Un saludo.
Esta sí que es una crónica agradable de leer. Es incitante y acucia el deseo de correr a visitarlos. Cualquiera que quiera ir corriendo hasta allí yo me apunto. 😉