79. Cantos de sirena
Una mirada, una sonrisa, un baile, una caricia. Fugaz, remoto, dulcísimo espejismo de un amor que hasta aquellas tierras la condujo. Atrapada para siempre en su leyenda, impasible y resignada, ella oculta su derrota. Y recuerda… Tal vez, en secreto −ahogado y profundo rumor de sollozos− su añoranza sueña. Cangrejos y caballitos de mar, algas y olor a sal, arenas blancas, arrecifes de coral, vaivén de olas que vienen y van.
Hasta el fin del mundo marchó su príncipe a buscarla. No importaba la distancia ni los riesgos del camino. Y cuando al fin la encontró, de una ilusión con pasión se enamoró.
Intentó quererla. No fue capaz.
Cubierta ahora su alma está de escamas. Encogido su cuerpo de frustración y desaliento. Tristezas, desconsuelos y abandonos, de espuma inundan sus ojos. Antes de nacer −amargo conjuro− en su garganta mueren las palabras. Y, en silencio, en la opresiva, siempre insomne, quietud de sus noches, a la perversa hechicera que su juventud, su inocencia y su alegría un mal día por embrujo secuestró, sin fe ni esperanza, suplica el milagro de su canto y el regreso de su voz.