93. PIEL DE ARLEQUÍN (Yoya M. Alonso)
Noah nació en tierra firme, aunque bien podría haber brotado de la fina arena del mar. Mi esposa murió al dar a luz, mi niño no…¿o tal vez sí?. Una rara enfermedad congénita, imposible de detectar con los precarios recursos médicos de la isla, se cebó en él. Gruesas escamas poblaban cada centímetro de su piel. Luego, sus ojos, su nariz, sus labios; todo fue mutando hasta hacer desaparecer todo vestigio de humanidad. Tras cuatro años respirando sin estar vivo, encerrado en las cuatro paredes de su dormitorio, se ablandó la muerte. Ha venido a rescatarlo, ya es libre. Desde mi barca deposito su cuerpo en el mar, vuelve a sus orígenes. El fuerte oleaje deja su piel satinada como la de un delfín. Le veo saltar y sumergirse de nuevo varias veces. Por primera vez también logro ver su risa. De vuelta a casa, observo el tapiz que desde hace años cuelga de nuestro balcón. Tengo los ojos rotos de tanto llorar, pero sé que la vi. Durante unos pocos segundos la tela y ella fueron una. Luego se perdió en el horizonte. Tras él.
Yoya, bonita y sentimental historia de despedidas. Suerte y saludos
Solo por la primera frase ya mereces felicitaciones. Y luego «se ablandó la muerte», qué bello! Muy buen trabajo, Yoya.
Suerte y abrazo.
Buena historia, Yoya, triste la vida de este hombre que ve irse a su esposa y le deja un hijo muerto en vida. Precioso y poético ese final, donde haces que los dos se encuentren.
Me ha gustado, ¡mucho!
Un abrazo y suerte.
Un relato triste contando con buen ritmo y prosa.
Abrazos marinos
La muerte de una madre en el parto era algo muy corriente no hace tanto tiempo y sin irse muy lejos. Hoy aún es posible, como todo lo es. Un hecho que encarna la gran paradoja de perecer para dar vida. Hablando de vida, ésta viene a veces escrita de tal forma que parece un capricho, o que se ceba en su guión con algunos personajes. Al final, madre e hijo comparten destino, frente a un padre que lo único que puede hacer es sufrir como observador impotente ante dos tragedias que le afectan de forma demasiado cercana y que venían predeterminadas. El único consuelo que puede quedarle es la esperanza de reunirse algún día con ellos, allá en ese horizonte en el que todos terminamos.
Un relato triste, con un personaje inmaterial pero presente que es el verdadero protagonista: el destino implacable.
Un abrazo grande, Yoya. Suerte
¡Qué bonito, Yoya! y ¡qué triste! Muy bien escrito. Suerte!!! y un abrazo.
Yoya, una historia de triste en su inicio, pero un un final lleno de una fantástica esperanza.
Muy bueno tu relato, con frases inolvidables.
Besos apretados.