75 – ELECTRA
Una vez, siendo niña, mi madre me mantuvo la cabeza en la piscina durante un buen rato. Se había enfadado conmigo por algo que no recuerdo bien y que ahora no viene al caso, pues enseguida se arrepintió y me hizo la maniobra de resucitación. Supongo que debió tener un mal momento, una chifladura de viento de levante, cuando yo cantaba en la cama con papá. El caso es que, después de aquel incidente, todo cambió.
Ahora, sólo me atrevo a escudriñarla a hurtadillas y siempre desde este lado de la piscina. Las dos sabemos que entre nosotras apenas cabe un dique de llovizna, pero ella prefiere aislarse en su hamaca, con su libro cerrado, pensando en quién sabe qué. Yo aun con todo, cuando logra adormecerse, me atrevo a acercarme a susurrarle coplillas para mendigar caricias. Pero nada, no le apetece siquiera adentrarse conmigo en la piscina a sofocarse el baldío de la cabeza. Tan sólo busca abstraerse velando su reflejo en el agua: un espejo arisco que se empeña en deshacer a escupitajos (ella, que nunca supo cantar) con tal de borrar la imagen de papá junto a la mía.
Encantado de andar, de nuevo, por aquí. Un abrazo a todos
Gracias Vicente por tu regreso. Abrazo
Vicente, extraño entramado el de esa relación. Nos dejas con la miel en los labios. Suerte y saludos