86 . LA NINFA
Mientras me ahogaba, reclamado por la corriente que se encrespaba junto al molino, los acordes de la muñeira y la algarabía del campo de la fiesta seguían llegando hasta mis oídos. Tras la última bocanada pude verla, cómo se deslizaba sobre la superficie, abriéndose paso entre la bruma que había brotado a causa del calor excesivo de aquel veinticinco de julio.
Con todo el cuerpo sumergido, con los pulmones repletos de líquido y a punto de estallar, me encomendé a la yema de mis dedos para que alcanzasen la punta de sus pies, que permanecían suspendidos como único salvavidas a una cuarta escasa del agua.
No supe cómo me arrastró hasta la orilla, cuando, extenuado sobre el lodo, me despertó el croar de las ranas, lamentando no haber valorado las advertencias de mi madre respecto al peligro de bañarme solo en las aguas traicioneras del molino.
Aunque pasó el tiempo, nunca he olvidado, por eso, mientras en la aldea celebran el Santiago, yo regreso hasta el lugar en donde debí haber muerto. Lo hago por si ella aparece, para agradecerle que me salvase, y para devolverle la pulsera de tobillo que se quedó enredada entre mis dedos.
Ton, singular historia que has construido con acierto, ajustandola al tema. Suerte y saludos