51 . ARRIAD LA MAYOR (Andrés M.)
Las noches de agosto me sentaba en el patio para despojarme del sofoco diario. Había una enorme y desvencijada mecedora, era mi lugar de descanso. Al fondo, sobre el muro cuarteado de cal, mi abuela colgaba la ropa blanca después de remojarla durante horas con hatillos de añil en lebrillos de barro.
Los días de suerte, cuando había luna llena y la brisa corría entre las sábanas, yo jugaba a balancearme al ritmo de ellas y observaba los efímeros y azules reflejos de luna sobre los lienzos de algodón de la Antonia. Me encantaba imaginar que eran velas al viento y mi mecer, las olas rompiendo contra la quilla de aquel barco pirata. Cuántos navíos habré abordado con enormes tesoros, con un parche en el ojo y la espada en mi mano. En cuántos puertos lejanos habrán amarrado mis cabos para llenar las bodegas…
Construí con los palos de escoba el mástil, las vergas y trencé mis recuerdos y jarcias con las cuerdas de aquel tendedero. Guiado de las estrellas, navegué los mil mares sobre losas de piedra. Retazos de infancia cosidos con hilos de paño en un patio de Córdoba.