JUL98. JARERO, de Isabel Fernández Ortiz
La puerta de los corrales se abre a las ocho de la mañana empujada por el bravío de unas astas que se topan con antiguas calles de adoquines vestidas por edificios que mantienen la casta incrustada en sus entrañas. Los ojos desafiantes de Jarero emprenden camino con esplendor, mostrando su pelaje en tono melocotón, que le distingue del resto de sus hermanos que exhiben su negro zaino. Jarero avanza armado de descaro hasta el lugar donde el miedo emana de la piel humana, amontonada sin control ni templanza. Con la punta de sus astas roza cada vida expuesta, marcando su territorio, mientras el pavor se contagia entre los presentes. Las pezuñas de sus patas, que comienzan a calentarse, se dirigen con decisión hasta un lugar desconocido para el animal. Siente como debe huir, evitar el gentío que se empeña en molestarle rozando su gruesa piel, incitándole a que les agreda con la fuerza que irradian sus astas. Cansado y enfadado, se adentra en un desconocido ruedo que calma con su arena el escozor de sus patas. Un oportuno capote se evidencia ante su hocico guiándole hasta los toriles, donde las firmes manos humanas, fraguan el final de su camino.
Sigo agradeciendo tus palabras. Por cierto la canción de la que hablabas por supuesto que la conozco, aunque tengo que decirte que no pensé en ella cuando escribí el relato. Pensaba en una fiesta a la que adoro sobretodo por la belleza que desprende el toro, a pesar de la tristeza que me produce verle sufrir.
Si, sentimos almo bastante parecido. Es un placer poder mantener estas palabras contigo. Un saludo fuerte.