34. Otro camino
Cuando pierdes a un hijo, el dolor te agota el alma hasta robarte la consciencia. Solo los sueños te devuelven intactos los recuerdos de toda una vida.
Regreso a aquella despedida en la que voló de nuestro lado, a los viajes en familia años atrás, a las risas infantiles, a ti y a mí proyectando un futuro. Y un deseo fugaz despierta el anhelo de escapar de esta angustia.
Al abrir los ojos, me aparto contrariada del abrazo de un desconocido sobre el que me quedé dormida. Él sonríe, preguntando mi nombre, y una punzada en el corazón me disuade de contestar. Mi joven reflejo en el cristal es lo último que contemplo antes de abandonar el vagón.
Perder a un hijo ha de ser algo que nunca se termina de superar. Solo pensarlo ya crea un vacío. Los recuerdos no ayudan, al contrario, son punzadas de un pasado sin presente ni futuro. Soñar conlleva desgarro, pero la consciencia no es mejor, con la razón perturbada las acciones son inconscientes. Cuando un hijo muere es posible que alguien más lo haga en vida.
La crónica de un dolor del que no es posible escapar, que atrapa al lector en ese viaje en tren.
Un saludo, María. Suerte