61. CONTEMPLACIÓN
Dos ancianos, sentados en el banco del parque, bebían los últimos rayos de sol del día. Tomados de la mano respiraban ensoñaciones de toda una vida y mirándose a los ojos imaginaron ese viaje que nunca realizaron.
Se sintieron transportados a un vagón de segunda que protegía su intimidad en compartimentos forrados de madera. Y su atención fue secuestrada por una ventana, que cómo un escaparate enmarcado en plata, se abría al deseo:
Ella observaba fascinada la Vía Láctea: inconmensurable, brillantísima, fantástica. Girando sobre su centro como si obedeciera el dictado de Coriolis, como si fuera un desagüe inconcebible de materia y vida.
El olía las flores que la primavera había vertido sobre el valle. Las montañas más altas lo rodeaban y se miraban en un profundo lago azul. Todo un mundo surcado por sendas de belleza incontestable y arroyos de aguas claras y puras.
Y tan embebidos estaban en los paisajes, tan inmersos vivían su fantasía que no vieron llegar el revisor. Ese hombre alto coronado con la gorra bordada que anunciaba su potestad. Ese traje gastado que atraía todo el polvo del vagón.
-Billetes por favor. Gracias ¿Caballero, sabe usted que se baja en la próxima estación?