93. EXTRAÑOS EN UN TREN
Cada día viajaban juntos pero apenas se conocían. Entre los dos se había establecido una complicidad serena, la camaradería resignada de la gente que no espera nada de la vida, porque la vida nunca les dio motivos para hacerlo. El revisor del pelo blanco le sonreía cada mañana cuando subía al tren, y la mujer de la línea 7 le devolvía la sonrisa al entregarle el billete. A menudo la observaba cuando leía durante el viaje. La había visto pelear con Proust con obstinación de lectora aguerrida, conmoverse con la desdicha de Ana Karenina o indignarse con la injusticia cometida con Edmundo Dantés. La protegía discretamente cuando grupos de jóvenes ruidosos se sentaban cerca de ella importunándola. Su aspecto lúgubre y su gastado uniforme azul aún imponían. Para ambos era especial el trayecto de vuelta por la noche, volvían a casa abrumados de cansancio y realidad en un vagón gris semivacío.
Un día la compañía ferroviaria decidió sustituir a los revisores por máquinas expendedoras de billetes. Él, reuniendo un valor que desconocía tener, subió al tren y se sentó a su lado. Por primera vez el revisor del pelo blanco y la mujer de la línea 7 olvidaron las paradas y disfrutaron del viaje.
Me ha encantado esa complicidad serena de los que no esperan nada de la vida y, sin embargo, a veces la vida nos sorprende con recompensas dulces, como ese trayecto tan especial que cierra tu hermoso relato. Suerte Lucas y enhorabiena.
LUCAS, esperanzador y bien llevado este cuento. Suerte y saludos
Lucas me gusta la chispa que va surgiendo.Nace una ilusión. Se desata una sonrisa por el buen final del relato.
Manuela
Suerte
Estupendo final y…. de extraños, no, no tan extraños.
Felicidades y suerte
Muchas gracias por los comentarios, así da gusto empezar.
Dulce y delicioso.