JUN85. ENTREVISTA DE TRABAJO, de Maite Alarcón Iglesias
Por fin era mi turno. Tras oír mi nombre, entré en la sala. Sabía que allí estaría él, y efectivamente, lo vi enseguida, difuminado a contraluz, postrado en su butaca. Me acerqué ignorando mi tembleque y tomé asiento frente a él. No había mesa alguna que nos separase. Noté la lava de su mirada recorriendo mis piernas. La secretaria salió sin dar explicaciones. De repente, el tiempo sin sabernos se convirtió en ceniza. Con los años había ganado en atractivo: esa barba de cuatro días le favorecía las arrugas de los cuarenta. Empezaron las preguntas y yo, respondiendo con decisión, era incapaz de despegar los ojos de esas palabras que alimentaban la burbuja feromónica que nos envolvía. Se levantó y su tono cambió como el viento. “Ya te llamaremos”, dijo secamente mientras yo, también erguida, me acomodaba la minifalda.
Pasó un ángel.
Al estrecharle la mano, por inercia, mi cuerpo se inclinó hacía él y de pronto, me hallé mordiéndole suavemente el lóbulo. Luego, cual olla a presión desatendida, estallé cuando me agarró la nalga y me empotró contra la pared.
Dicen que conviene ir a hacer la compra con el estómago lleno, para evitar impulsos. Con la pasión, mejor al revés, ¡que se descorche! Muy bien, Maite.
Un beso.
Estupendo relato erótico, por la dificultad que conlleva darle razón al deseo.
qué pena, ese final es solo el comienzo ¡genial!