JUN75. LA BELLA DURMIENTE DE EOLO, de María Teresa López Pastor
Nunca tuve suerte. Fui un niño esquelético y exinanido al que todos aporreaban. De la pubertad, ni mención, corramos un tupido velo, baste con decir que atrochaba por los bosques para evitar a la gente. Caminaba con la espalda encorvada, la cabeza hundida en el pecho y dejé crecer cabellos y barba. Pasaron los años y me aislé definitivamente de la humanidad que era, para mí, el sinónimo del horror más deletéreo.
Ella vino con el viento y transformó mi vida entera. Era menuda, patizamba y sufría el tormento de la convivencia con personas tan perfectas que se habían convertido en deidades, titanes orgullosos de su perfección física.
Ni ella ni yo teníamos lugar en su universo.
Huyendo de las burlas, se adentró en el bosque y el viento comenzó a soplar con gran tremolina. Las ramas de los árboles se transformaron en gigantes que la aterrorizaron y corrió despavorida.
La encontré desmayada, tendida sobre un lecho de hojas y la sentí semejante, percibí en su semblante todo el dolor que la transitaba.
Duerme a salvo en mi refugio y yo velo su sueño desde hace siete días. Tal vez me atreva a besarla…
Forma muy bonita de hablar de las personas demasiado sensibles… que se aislan para no sufrir daño. ¡Suerte!
Gracias por tu comentario,
muy amable
El silencio no tiene palabras.
«baste con decir que atrochaba por lo bosques para evitar a la gente»… real.