80. Madeja
Si no me atendiera con ella, se ofendería. Por eso intento ir cuando hay muchas clientas. Porque si estamos solas, termino convirtiéndome en su paño de lágrimas. Justo yo.
Que estoy segura, Charo, tiene otra, dice mientras me echa el champú. Que se lo digo y lo niega una y otra vez, pero a mí no me engaña, repite mientras me da las mechas y envuelve porciones de mi cabello con papel de plata.
Veinte minutos hay que esperar, dice. Veinte minutos y te lavo, ya verás qué bien te queda. Y yo tiemblo. Me esperan veinte minutos durante los cuales procuraré no encontrar su mirada en el espejo, ojeando una revista ajada plagada de tonterías. Pero ella seguirá contándome los detalles que la llevan a sospechar. Luego vendrá el corte, el alisado, y el toque de laca. Y yo seguiré intentando hacer que cambie de idea refutando cada uno de sus argumentos con excusas ridículas.
No puedo permitir que sus certeras sospechas se conviertan en realidades y que siga desenredando la madeja. Porque la otra punta del hilo, a pesar de ser su mejor amiga, a pesar de que no quisiera dejar de serlo, la sostengo yo.
Tirando del hilo se llega al otro extremo, a veces oculto. Difícil tiene que ser, para esa peluquera, conservar las formas, a tiempo que intenta quitar de la cabeza de su mujer amiga y clienta una realidad inexorable de la que forma parte. Quizá, el día que se descubra, ocurra el contrasentido de que acaben tirándose de esos pelos que tanto cuida.
Un relato en el que se palpa la tensión de una trama enredada, como madeja, con un futuro imprevisible.
Un abrazo y suerte, Patricia