50- …tal astilla
Entorno la puerta con cuidado, por fin se ha dormido. Cada vez me cuesta más convencerlo de que los juguetes no se mueven solos cuando él cierra los ojos. Esta noche, incluso, he tenido que esconder el payaso de fieltro en el armario, porque Carlitos aseguraba que el muñeco era quien ordenaba a los demás que treparan a su cama y no lo dejaran dormir.
Mi madre dice que tanto ordenador lo pone nervioso y por eso tiene pesadillas. La pediatra, en cambio, no le da importancia. Dice que es normal a su edad y que es un niño sano e imaginativo. Claro que ellas no tienen que saltar de la cama en mitad de la noche para ir a salvarlo de los dinosaurios de plástico hambrientos.
Lo único que me compensa es cuando, como esta noche, consigo guardarme disimuladamente en el bolsillo el descapotable azul. Le doy cuerda a tope, me siento al volante y te invito a ocupar el asiento de al lado. Tú sonríes y, juntos, dejamos que el viento nos despeine mientras él duerme tranquilo.
Al amanecer, regresamos con las pilas cargadas y, mientras lo besas en la frente, susurras: «de tal palo…».