71. 3284 (R. L. Expósito)
Era el hombre más feliz del mundo: por fin había convertido su descapotable azul en una máquina del tiempo. Para llevar a cabo el primer ensayo aparcó en la calle, apagó el motor de combustión interna y dio cuerda al mecanismo de relojería integrado en el maletero. De nuevo al volante, metió primera. Se despidió de los edificios anticuados y las aceras sucias con papeleras llenas; también del transeúnte que caminaba ensimismado en sus zapatos. Pisó a fondo el acelerador, apretó un botón rojo del salpicadero y susurró: «Contacto».
Al principio, nada. Luego la realidad avanzó tan deprisa que las formas, los colores, confluyeron en mosaicos difusos y estelas grises que pasaban a su lado como luciérnagas tristes. Notó el vértigo de un nudo electrostático en el estómago y cerró los ojos para ahuyentar las náuseas.
Cuando despertó, el contador de años había avanzado un milenio. Sin embargo la calle parecía la misma, con sus aceras y edificios tal vez más nuevos, más limpios, más perfectos. Pero se trataba de un futuro idéntico al pasado, al presente del que había partido, hasta que un viandante idealizado le dedicó una sonrisa automática, robótica, y saludó en código binario.